El banco vasco BBVA ha sido el más madrugador a la hora de dar a la luz el informe sobre las retribuciones de su estado mayor. El documento revela un año más la generosidad sin límites con que se recompensa la actuación de los máximos gestores.

Así, el presidente Carlos Torres recibió la suma de 7,7 millones de euros, que podría llegar a 8,4 si se cumplen determinadas variables. La cantidad es algo superior a la del ejercicio precedente. Incluye casi medio millón que el banco ha aportado a su fondo de previsión personal. Con tal refuerzo, ese instrumento embalsa ya una fortuna cercana a los 25 millones.

Por su parte, el consejero delegado turco Onur Genç devengó 6,6 millones. Al igual que su jefe, la cantidad es susceptible de ampliarse hasta los 7,1 millones.

Dicho en otros términos, la entidad –es decir, sus accionistas– apoquinó 640.000 euros mensuales a Torres y 590.000 a Genç.

Conviene subrayar que las gabelas de estos oligarcas financieros no son como las de los trabajadores corrientes y molientes, cuya soldada se constriñe a la nómina mensual y dos pagas extras, y va que arde.

Los banqueros idearon hace mucho tiempo un sistema para arramblar sin contemplaciones y por las más insólitas vías con el peculio de la compañía a la que sirven.

Así, dieron en alumbrar un arsenal de remuneraciones paralelas. Consisten en un sueldo fijo y otro variable en función de diversas contingencias, más todo un abanico de títulos gratuitos del propio banco, bonos estratégicos, pagos diferidos, fondos de pensiones, dietas, seguros y otros variados chollos.

Al repertorio descrito todavía hay que añadir las abultadas sinecuras en especie, como son guardaespaldas, coche con chófer y viajes sin tasa en primera clase por el ancho mundo.

La gama de las bicocas es tan extensa que el informe de BBVA le dedica más de un centenar de páginas repletas de tablas y fórmulas matemáticas indescifrables.

Torres y Genç son los únicos miembros del consejo de administración que gozan de la condición de ejecutivos. Los restantes 13 vocales se ciñen a la nada extenuante tarea de asistir a las sesiones del órgano de gobierno y las comisiones internas. Su trabajo consiste simplemente en asentir con mansedumbre a las explicaciones y planes de los capitostes de la casa.

Dos de los miembros del sanedrín cobran algo más de medio millón de euros al año. Se trata de José Miguel Andrés, exresponsable de la auditora Ernst & Young España, y Jaime Caruana, exgobernador del Banco de España. Otros dos ingresan más de 400.000. Son Raúl Galamba de Oliveira, líder de Correos de Portugal, y Belén Garijo, máxima ejecutiva de la farmacéutica Merck en la península. El resto de los vocales ronda los 200.000 euros anuales.

Hasta donde alcanza la memoria reciente, las sucesiones en la cúpula del BBVA se rigen por normas tiránicas propias de las monarquías absolutas.

Recordemos que Francisco González, el anterior mandamás, ocupó la poltrona casi dos décadas inacabables. Hubo de dimitir a finales de 2018, como consecuencia del estruendoso escándalo protagonizado por el comisario Villarejo, quien había estado a sueldo del banco durante un dilatado periodo.

En el curso de esa siniestra etapa, Villarejo se consagró, por cuenta de la entidad, a perpetrar toda suerte de trabajos sucios y espionajes de corte mafioso.

Por tales fechorías, tanto el todopoderoso jerarca como la corporación, están imputados en la Audiencia Nacional desde hace cinco años. Dado el alud de ilegalidades cometidas, el futuro procesal de ambos no está nada claro, sino más bien de un oscuro color azabache.

Antes de su forzado cese, el incombustible conducator designó a dedo, como heredero del mando supremo, a su adjunto Carlos Torres, que a la sazón ya llevaba tres años ejerciendo de primer espada, con rango de consejero delegado. Previamente, había despedido con cajas destempladas a otros dos consejeros delegados emergentes que le podían hacer sombra, Ángel Cano y José Ignacio Goirigolzarri. Les hizo abandonar sus puestos no sin adjudicarles sendas indemnizaciones de 26 y 68 millones.

En el transcurso de su funesta singladura, González se embolsó la friolera de 165 millones entre sueldos y fondo de pensiones. En el mismo periodo, la cotización del banco se hundió en la bolsa un devastador 66%. O sea, que las enormes gangas del pez gordo no se correspondieron, ni de lejos, con unos resultados mínimamente provechosos para la institución y sus socios.

A la luz de los datos transcritos, quedan claras dos cosas. Una, que la gestión del autócrata fue manifiestamente mejorable. Y otra, que la plana mayor del BBVA se pasa de rosca en lo que a gratificaciones se refiere. No parece sino que viva en otra galaxia. Como asegura un añejo aforismo, de enero a enero gana dinero el banquero. Solo que en este caso lo gana a carretadas.