La imagen es irritante, nítida, inadmisible. El sujeto que empezó a golpear hasta diez mujeres en el andén de la estación de metro de Camp de l'Arpa se convirtió en un salvaje modelo de comportamiento que resume el descontrol que se vive en las calles de Barcelona. A la larga lista de sucesos que ocurren en la capital catalana, múltiples, tristes y variados, se sumó el de un energúmeno que aúna en sí mismo una pócima de maldad y desequilibrio mental, en proporciones parecidas. El vídeo que ha trascendido de las cámaras del suburbano se ha convertido en otra impactante y negativa publicidad para nuestra ciudad.
De este suceso pueden extraerse diversas lecturas, al margen de comprobar el desvarío con el que transita por el mundo una parte de la sociedad. Sorprende que ninguna persona de las que estaban en el andén decidiera actuar. Sorprende pero puede entenderse. La población vive entre el pasotismo y el miedo porque son malos tiempos para los heroísmos. Otra sorpresa hay que buscarla en la actuación de los Mossos. Después de que la seguridad del metro retuviera al agresor, fue llamativo que la policía autonómica no lo detuviera al instante y lo hiciera posteriormente cuando comprobó que su acción no sólo había provocado lesiones leves a una mujer si no que agredió hasta diez personas. Las explicaciones oficiales fueron las adecuadas, pero en estos casos ¿no hay que mirar desde el primer instante si el interfecto tiene antecedentes? Y los tenía. Cinco para ser exactos.
El caso atroz del metro (es difícil olvidar el puñetazo que derriba instantáneamente a una joven que no espera el golpe) trae a colación un asunto siempre comprometido en Cataluña y también en el conjunto de España y éste no es otro que el control de la multirreincidencia. Llevamos muchos decenios, demasiados, tratando de ponerle parches a un asunto que ya no admite más dilaciones. Tenemos unos miles de delincuentes que están hartos de robar, agredir, estafar…y ahí siguen. Como ustedes saben, la solución no sólo puede hallarse en un cuerpo policial que actúe con más celo si no en las leyes y en la modernización de la justicia. Hay que endurecer el código penal respecto a la repetición de conductas delictivas. Todo el mundo coincide con ello pero nadie le pone el cascabel al gato.
En segundo lugar, hay que digitalizar todos los juzgados de este país. Más de un multirreincidente ha vuelto a campar a sus anchas porque los datos que figuraban en un juzgado eran inexistentes para otro. La sociedad debería conjurarse para solventar este problema y que en el momento de la repetición de delitos las penas fueran mayores y de obligado cumplimiento. No hay más. Afecte a un ladrón nacido en el Eixample, en Albacete, Tánger o en Islamabad. Esta no es una medida antiinmigración. Es una medida a favor de los ciudadanos que están en su derecho de tratar de vivir tranquilos. Y de paso, con mayor control y dureza, evitaremos que la extrema derecha sea la formación política más ruidosa en la implantación de la mano dura.
En cuestiones de orden los partidos menos radicales deberían también exhibir una firmeza sin ambigüedades. Solo así se conseguiría que la lucha contra el delito sea simplemente eso, y no un combustible para quienes quieren aprovechar el desencanto de la población para imponer políticas de odio.