La palabra de moda en Cataluña es sequía. Ni amnistía, ni mucho menos procés, ni por supuesto política. Sequía es el sustantivo que martillea en la cabeza de todos aquellos que vivimos en esta tierra y no sólo por los rigores que la falta de lluvia está provocando ya entre los ciudadanos. El comportamiento del clima ofrece imágenes impactantes (la del ya expantano de Sau es una de ellas) pero todavía es más irritante comprobar cómo el esfuerzo de las administraciones en los últimos decenios ha sido insuficiente. Sequía de ideas, sequía de acción y de gestión. Todo ello es lo que ha convertido a Cataluña en un páramo reseco escenificado ahora por las medidas drásticas que deben seguirse para salvar la crisis hídrica.

Entre las soluciones de urgencia ayer publicaba este medio que el presidente de la Generalitat vislumbra aceptar la propuesta del Ejecutivo de transportar agua en barcos desde Sagunto. Lo primero que pasa por la cabeza de cualquier contribuyente es que los asuntos del politiqueo deberían quedarse en un segundo plano. ¿Por qué Aragonès no se lanza en plancha para aceptar esa solución? ¿Por qué el Gobierno no impone esa solución? En cuestiones de gestión básica de recursos las tonterías habría que dejarlas aparcadas en el destartalado ring de las reivindicaciones menores. Hasta que exista un cataclismo seguimos siendo un país, España, y el mapa autonómico no puede convertirse ni en un campo de batalla ni en un lodazal que impida a todos los ciudadanos optar a las mejores condiciones de vida. Acceder al consumo de agua potable es un elemento esencial. Cataluña no hizo los deberes en la década de los años 2000 y ahora pagamos las consecuencias. Pero los ciudadanos no podemos sólo pedirle explicaciones a los diversos gobiernos autonómicos (que son culpables). Debemos exigirle también al Ejecutivo central que corrija sin dilación los errores del segundo nivel de la Administración del Estado. Y que lo haga con rapidez y sin medir las consecuencias políticas de la medida.

Los partidos y los gobiernos se estrujan las meninges para poner en valor sutilezas del lenguaje para que haya acuerdos políticos (como en la ley de la amnistía hasta que el ala dura de Junts lo ha dejado en el aire) y en cambio luego falta trabajo, decisión y valentía para que las condiciones de vida de sus habitantes, que también son sus votantes, sean correctas. Tuvimos la suerte de nacer en Europa, en la avanzada Europa, y por tanto no es cabal pensar que no hay solución tecnológica que palíe el percance de que no llueva. Somos un país avanzado y hay que exigirles a las administraciones que lo demuestren. Y si tienen que dejar a un lado sus juegos identitarios y de supervivencia política, que lo hagan. Tenemos ganado el derecho a evitar escaseces que con iniciativas valiosas podían haberse subsanado.