Entre datos acabamos el 2023 y entre datos iniciamos el 2024: los resultados educativos de nuestro sistema escolar enmarcados en los rankings internacionales; la media salarial de muchos jóvenes, que es un 35% inferior a la de sus progenitores, según un estudio de la Fundación BBVA y el IVIE; la población de nacionalidad extranjera aportó el 97% del crecimiento poblacional registrado en España entre los años 2022 y 2023… La síntesis de esta acumulación de datos y otros más es la frustración y el miedo. Con una germinación peligrosa.
Hace una década, las recetas iban en la dirección de derribo a “la casta de la transición”, la del 1977. Durante este último periodo ha surgido y se ha reforzado por los vientos del Atlántico Norte un mensaje de capitalismo anarquista, substituyendo el relato de las democracias liberales.
Hace una década, los ejes centrales de cualquier respuesta debían ser la preeminencia de lo público respecto a cualquier actuación en el marco de la colaboración público-privada, pero estos vientos atlánticos, y también de otros lares, pregonan que hay que acabar, se debe eliminar el actor público porque los Estados sobran, molestan en el camino hacia la plenitud del individuo.
Con todo este ruido, los ciudadanos, preocupados en su inmensa mayoría por pagar créditos, facturas y llegar a fin de mes, no van sobrados de mensajes de esperanza. Hemos creado un conjunto de inputs (mensajes) que se encargan sistemáticamente de ofrecer relatos negativos, porque, no nos engañemos, la noticia negativa vende, el catastrofismo vende y el cuanto peor, mejor, triunfa.
Una de las últimas noticias que sirven para autoflagelarnos es nuestro sistema educativo. Ya tenemos un nuevo/viejo culpable de nuestros males. A una comunidad educativa desbordada y poco motivada, que arrastra muchos años de polémicas salariales y lingüísticas, le pedimos ahora que regule el uso de los móviles en los centros escolares y el uso de la inteligencia artificial, en versión ChatGPT, para realizar tareas escolares. Mal negocio para esta comunidad tan poco valorada y desprestigiada socialmente.
Por supuesto, en breve dispondremos de más informes de lo que hay que hacer oficialmente; una conclusión obvia será más presupuesto, pero tal vez falte una cosa esencial: la responsabilidad de todos nosotros de hacer posibles las soluciones prácticas que puedan dar respuestas efectivas a los dilemas señalados.
¿Qué es lo esencial?, saber leer, escribir y hacer cálculo (decían los clásicos antiguamente), y acompañar a la escuela desde casa. No traspasemos nuestras responsabilidades a la escuela. ¿El móvil es un problema de la escuela o de todos nosotros? Miremos la imagen de muchas personas, familias comiendo, viajando… nadie se habla. Entonces, ¿pedimos a la escuela que prohíba? No olvidemos que los principales educadores deben ser las familias sea cual sea su estructura y composición.
Y para completar en este despropósito y ayudar en esta tarea hemos eliminado la palabra autoridad en el mundo educativo, creando un mundo inverso: ahora el profesor es el responsable de todos los males que le pueden surgir al niño. Empecemos por pedir a la escuela cosas básicas, esenciales, y devolvamos el respeto perdido y la legitimidad al centro escolar, y que la sociedad se responsabilice solidariamente con su centro de referencia. Hemos creado una relación de clientes (las familias) y proveedores (las escuelas), modelo y camino peligroso.
Sin escuela y sin educación no hay futuro para nuestra sociedad. Si no cuidamos y protegemos todo el potencial de nuestros jóvenes, el talento se marchará fuera. Cuidado con solo potenciar Madrid y Barcelona, que hacen de puente de una trashumancia intelectual, porque el resto son territorios que se están vaciando intelectual e industrialmente. Con más y mejor educación, los vendedores de pócimas milagrosas, de placebos sociales tienen y tendrán más difícil vender sus productos de mercadotecnia electoral.