En una entrevista con Carlos Alsina el secretario general de los socialistas madrileños ha afirmado que expresiones como “colorín colorado” son un desprecio al trabajo del PSOE en favor del progreso y la convivencia.
Ahora que están siendo “flexibles y generosos” estas “alusiones sobran” porque, subraya Juan Lobato, son una falta de respeto. Sorprende la piel tan fina que tienen estos dirigentes ante el más que sensato comentario de Jordi Turull: “Si el Estado se niega en redondo, colorín colorado”. El “como dijo aquél” hay que dejárselo a Raphael.
Que ese popular estribillo final de los cuentos infantiles lo inserte en su discurso un líder separatista es digno de elogio y de un prolongado aplauso. Primero por la claridad de la exigencia: si el Gobierno no convoca un referéndum de independencia no hay nada más que hablar. Segundo por decirlo en español, a pesar de su hispanofobia supremacista: el nacionalismo catalán es plenamente consciente de cuál es la lengua común de todos los ciudadanos españoles. Y tercero porque silenció el amenazante final: el cuento se ha acabado.
La clave de tanto revuelo no es por el sonoro colorín, sino por el explícito chantaje. Turull ha expresado mucho más con su omisión que con su conminatoria afirmación. Nadie se ha de extrañar ante la constante exigencia nacionalista de convocar un referéndum para declarar de nuevo la independencia. Repiten una y otra vez que viene el lobo, y los socialistas no les creen, autoconvencidos de que su política está dando sus frutos: el apaciguamiento del problema nacionacatalanista gracias al diálogo y los indultos, el PSC sube en las encuestas, etcétera.
Podría también deducirse que el negociador de Junts admite la existencia de un cuento sanchista para que la ciudadanía esté bien contenta, se vaya a la cama y tenga lindos sueños. Visto así, los españoles serían unos niños para el presidente del Gobierno. Pero nada es tan simple ni tan literal para un político como Turull, aparentemente gris, pero en la práctica un superviviente lúcido y brillante.
El cuento está todavía silenciado, no porque esconda una mentira, sino porque es radicalmente real. El problema para los nacionalistas no es que Sánchez mienta, ni cambie de opinión, ni que pueda engañarles a ellos. El problema es que Sánchez les habla mucho y les concede todo, y temen que detrás no haya demasiada sustancia. Irse de rositas ya les parece muy poco.
Decía el filósofo Harry G. Frankfurt que “es imposible que alguien mienta a menos que crea conocer la verdad. La charlatanería no requiere esa convicción”. Sánchez no conoce ni le preocupa la verdad, es irrelevante. Como buen charlatán no tiene inconveniente en precisar afirmaciones tan vagas y ambiguas como que la verdad es la realidad, o que el futuro de Europa pasa por poner de acuerdo a las grandes familias políticas. Son expresiones útiles que no le causan ningún daño. La esencia del charlatán es ser indiferente hacia cómo son las cosas en realidad. Sólo un gesto lo puede delatar: una sonora carcajada fuera de lugar.