Los gestos, a veces, se quedan sólo en eso, gestos, pero en muchas ocasiones son la antesala de los grandes cambios. Pensemos en positivo y crucemos los dedos para que así sea, porque la decisión del alcalde Jaume Collboni en la restitución moral de Juan Antonio Samaranch, al ordenar la recolocación de la peana con la inscripción que aludía al expresidente del COI en la estatua que regaló a Barcelona, es acertada, oportuna y cumple con uno de los refranes más nobles: “Es de bien nacido ser agradecido”. La peana en la que se explica que Samaranch regaló dicha estatua a la ciudad fue eliminada por el consistorio de Ada Colau en su afán de limpiar de la escena pública cualquier referencia de cualquier persona que no sea de la cuerda ideológica del mando.
Tampoco Collboni conectaba políticamente con las ideas de Samaranch, pero a veces las ciudades y los países deben mirar más allá y saber reconocer los logros conseguidos por la acción de una persona. Negarle a Samaranch el germen de la gran Barcelona moderna es de mentecatos, de una escasez de miras tan incisiva como la de los gobernantes que han dejado que los activos de una gran ciudad se hayan depauperado hasta límites zahirientes.
Barcelona todavía no ha mostrado el agradecimiento definitivo con el que fuera máximo mandatario del deporte mundial. Gracias a su deseo, su inteligencia y su habilidad, Barcelona pudo organizar unos Juegos Olímpicos de órdago, lo que le permitió codearse con las grandes ciudades del mundo. Collboni ha dado el primer paso, ¿pero no merecería Samaranch el nombre de una calle o plaza de relumbrón en esta ciudad? Su pasado se entrelazó con el franquismo. Cierto. Pero nos hizo el favor del siglo. Otras personalidades catalanas, profundamente queridas por la población, tuvieron una estrecha relación con el Caudillo y no se les ha pasado factura. Me refiero al primer crack de la historia del Barça, a Pepe Samitier, quien gracias a la devoción que le profesaba Franco pudo allanar el fichaje de Kubala por el FC Barcelona cuando éste estaba perdido.
La vida son oportunidades. Y a ellas debe aferrarse Barcelona, especialmente en este momento en el que el viento no sopla precisamente a favor. Tiene trabajo por delante el gabinete municipal si lo que queremos es mirar al futuro. Obras de envergadura y sobre todo tratar de generar un clima de confianza y de progreso que animen la llegada de más inversiones. El panorama actual es como para echarse a temblar. Dos empresas relevantes -Grifols y Danone- zozobran por motivos diversos, lo que no mejora la tarjeta de visita de la ciudad, aunque Barcelona no tenga nada que ver en las penurias empresariales de ambas multinacionales. Y para acabarlo de arreglar, la petición de Junts para multar a las empresas catalanas que no deseen regresar a Cataluña. Está claro que esa idea alocada no se va a llevar a cabo, pero deja en mal lugar, a ojos del mundo, a Barcelona y a Cataluña. Si una tierra tiene políticos que pueden llegar a pensar, proponer e incluso exigir eso, automáticamente ese no es un territorio confiable para la inversión. Esperemos que al menos el equipo de gobierno de la ciudad adopte medidas que dignifiquen a muchos barceloneses, que nada tenemos que ver con la insensatez.