Junts ha sido el gran protagonista político de esta intensa y estrambótica semana por sus actitudes, sus propuestas y sus logros. Acerca de su talante, nada nuevo que no conociéramos; pero no por ya sabido deja de resultar sorprendente y lamentable su aire siempre bronco y amenazante. Uno espera de los representantes públicos un mínimo de amabilidad en el tono y de ironía en la discrepancia. Sin embargo, resulta evidente que algunos permanecen en estadios poco evolucionados de la condición humana.

De sus propuestas destaca su renovada idea de penalizar a las compañías que cambiaron de sede en aquel fatídico otoño de 2017. A los responsables políticos del momento se les advirtió repetidamente que, de seguir con el procés, serían muchas las empresas que abandonarían Cataluña, especialmente las más relevantes. Pese a lo sereno y sustentado de las argumentaciones, desde el independentismo radical -encabezado por Carles Puigdemont- se respondía que no había que caer en el discurso del miedo y que, de irse, no pasaba nada e, incluso mejor, pues se irían las empresas españolas pero vendrían danesas, holandesas o alemanas.

Ahora, pese a lo evidente de su falta de tino y de la intensidad del desastre que provocaron, quieren imponer (que no facilitar) el retorno de las compañías. Nuevamente, demuestran vivir en otro planeta: lo de esta semana no hace más que favorecer que no retornen las que se fueron y que otras se planteen el largarse. En resumen, por Junts se fueron y por Junts se seguirán yendo.

Acerca de sus logros, es dudosa la conveniencia de esa confusa cesión de competencias en inmigración. Aunque resultara oportuna y conveniente, lo realmente trascendente es si a los catalanes nos interesa conseguir nuevas transferencias para ser gestionadas por personas de formas abruptas y con tan poco fondo como Míriam Nogueras.