Hace unos días hablaba con una amiga sobre nuestros libros favoritos de pequeñas, y entonces me acordé de Vacaciones en Saltkrakan (Ed. Juventud, 1983), de la escritora sueca Astrid Lindgren.
El libro, que desgraciadamente, ya no se publica en español, narra las aventuras de una familia de Estocolmo que decide ir a pasar las vacaciones de verano en una de las pequeñas islas que se extienden por los alrededores de la capital sueca hasta llegar al Báltico.
Leyéndolo, descubrí que en Suecia podías pasar las vacaciones en una rudimentaria cabaña de madera y correr a tu aire sin que nadie te vigilara, que los días de verano no tenían apenas noche, que las focas venían a saludarte al embarcadero, que podías perderte en la niebla. Pero lo que más me sorprendió fue descubrir cómo un padre viudo, escritor de profesión -el señor Melkersson es un hombre entrañable, siempre en las nubes e incapaz de ganarse bien la vida-, podía salir adelante teniendo cuatro hijos.
La hermana mayor, con la que me identificaba, les hace un poco de madre, pero también tiene tiempo para hacer travesuras y salir con chicos de la isla. De hecho, sus hermanos pequeños la fastidian cada vez que sale con uno porque tienen miedo de perderla y, con ello, que el frágil equilibrio familiar se tambalee. Sin embargo, lo que más temen los cuatro hermanos es que el dueño de la vieja cabaña que han alquilado se la venda a un rico empresario de la ciudad, que planea derribarla para construirse una casa de veraneo.
"A pesar de las tormentas, de perderse en la niebla, de casi perder su cabaña y otros dramas por el estilo, se trata de una especie de cuento de hadas, una historia de redención y terapia: la familia se cura con la naturaleza y viviendo a la antigua usanza", escribió la crítica April Bernard en The New York Review of Books cuando el libro, escrito originalmente en 1964, se republicó en inglés, en 2015.
Según Bernard, Vacaciones en Saltkrakan es uno de los mejores libros de Astrid Lindgren, conocida sobre todo por ser la autora de Pippi Calzaslargas. Además de ser un libro encantador y nostálgico, aborda temas más serios, como el proceso de supervivencia y autoaceptación que debe superar cualquier familia considerada desestructurada o diferente por parte de la sociedad más convencional, en este caso, la gente de Estocolmo, o la lucha por preservar el territorio que uno ama.
¿No tendríamos que hacer todos lo mismo que la familia Melkersson? ¿Luchar por los lugares donde fuimos felices, en lugar de vendernos al tocho?
Uno de mis mayores miedos es que un día empiecen a construir a lo grande en el pequeño pueblo del Maresme donde crecí (ya hay varias promociones en marcha, para mi horror). No soy nada patriota, pero cuando paseo entre sus bosques de pinos, encinas y matorrales secos, alzo la vista y diviso de fondo el mar azul, la chimenea de la Procter and Gamble y las feas catenarias de la Renfe, es cuando verdaderamente me siento en casa. Que no me lo estropeen más.