Hay que ver la que le está cayendo a la argentina sor Lucía Caram por haber votado a Milei en su país. En mi opinión no hay para tanto, seguramente la pobre mujer se confundió y creyó que estaba votando a Puigdemont, su amigo del alma. Uno ve el peinado de ambos políticos y es natural que no sepa cuál es uno y cuál el otro. Si encima, ambos defienden políticas ultraliberales y los dos son populistas de manual, cómo no va a confundirse la Caram, caramba, también mi madre sigue confundiendo a Torrebruno con Danny de Vito. No solo Lucía Caram, estoy seguro de que muchos catalanes se desplazaron hasta Argentina el mes pasado para depositar su voto por el que creyeron que era su amado Puigdemont. Por eso ganó Milei.
El problema va a ser cuando suceda al revés. Sus similitudes capilares e ideológicas van a provocar que el día que Milei realice una visita de estado a España -tarde o temprano, todos los presidentes argentinos terminan haciéndolo- la policía le detenga en cuanto pise el aeropuerto y el juez Llarena le reciba en el juzgado dispuesto a enchironarle. A menos que Pedro Sánchez ya haya dictado la amnistía, claro, cosa que es muy posible. En ese caso no le van a detener, y en su visita a la madre patria tendrá incluso la posibilidad de viajar a Barcelona, donde será agasajado en la Generalitat y las mujeres catalanas le van a ofrecer a sus hijos para que les dé un par de besos o los ofrezca en sacrificio a los dioses si así lo desea, todo le está permitido a Puigdemont, aunque sea el Puigdemont de allende los mares. Si se confunde la monja Caram, caramba, cómo no van a confundirse los miles de catalanes que hace años que esperan a Puigdemont. Tanta es su ansia por recibir a quien consideran su presidente legítimo, que ya les vale cualquiera que se le parezca un poco.
Uno vive en la Casa Rosada y otro en la Casa de la República, y ambos coinciden también en considerar las leyes como esa cosa molesta que no les permite hacer lo que les da la gana. Lucía Caram ya tiene una edad, es natural que no tenga claro quién es quién. De haber podido hablar con Milei durante su estancia en Argentina, le habría preguntado por Toni Comín. Capaz es de ir un día de visita a Waterloo y prepararle un mate a Puigdemont.
Que Lucía Caram no los distinga, no significa que Milei y Puigdemont sean exactamente iguales. Que se sepa, Argentina no le paga una fortuna a la señora de su presidente para que aparezca una vez a la semana en un canal televisivo que nadie ve, esas cosas solo suceden en Cataluña. Tampoco se recuerda que Milei expenda carnés de un imaginario “Consell de la República Argentina”. Sin embargo, quizás debería el presidente argentino aplicar algunas de las brillantes ideas económicas de Puigdemont para reconducir la situación de su país: ¿no ha pensado en crear “cajas de resistencia”, en la que los argentinos más ilusos depositen dinero que él podrá destinar a lo que se le antoje porque nadie va a controlar su uso? Cierto es que los ciudadanos argentinos tienen fama de ser cultos, al revés que los catalanes, que tienen fama de tontos, con lo que la ida de las cajas de resistencia tal vez no triunfe. Pero por probarlo nada se pierde.
No han faltado quienes han mostrado su sorpresa al saber que una progresista como Caram, caramba, apoye a Milei. A mí lo que me sorprende es que se pueda calificar de “progresista” a quien antes apoyó a Puigdemont, defensor de políticas clasistas y conservadoras, y además opuesto a la redistribución de la riqueza, que es la independencia de una región rica. Si estamos de acuerdo en que el hábito no hace al monje, tampoco convierte a una monja en progresista.