Estrenamos año, bisiesto para más señas, y tanto en Barcelona como en Cataluña tenemos en la lista una importante sucesión de asuntos que debemos tratar de arreglar para que la vida y la convivencia sean realmente mejores. Un problema que se arrastra de lejos y que nos tiene con el agua al cuello es, precisamente, la ausencia del líquido elemento en los embalses por la falta de lluvia. Las consecuencias de la sequía las vamos a empezar a notar muy pronto y el ajuste de consumo tiene síntomas de cierta severidad.

Paliar los efectos de la ausencia de lluvia ha sido siempre un elemento preocupante que alarmó a la población catalana hace aproximadamente dos décadas y que durante todo este tiempo, pese a los avances que se han ido consiguiendo, la Administración no ha sabido o no le ha prestado la suficiente atención para dar con la tecla. Acertar para que el consumo no se resienta es invertir en cambios de infraestructuras y en la construcción de más desaladoras. No estamos con los pocos mimbres de los primeros años del milenio pero no se ha avanzado todo el camino que la realidad obligaba a recorrer. Impericia o desenfoque. Esas son las dos cuestiones que el ciudadano de a pie puede achacarle a sus políticos que llevan muchos años perdidos dedicándose a otro tipo de reclamaciones, muchas de ellas carentes de sentido y de utilidad.

En los temas concernientes al agua los técnicos son los que más saben --lo digo porque no sería coherente que aparecieran ideas públicas de bombero para arreglar servicios-- pero sí es cierto que la Administración debe impulsar lo que Cataluña necesita, más desaladoras, mejores conducciones. Más esfuerzo para evitar que a estas alturas de la vida una zona de la Europa desarrollada tenga que verse inmersa en cortes de servicio tercermundistas. Tras el arranque del 2000 nos vimos a punto de la emergencia pero la lluvia apareció en el tiempo de descuento y así hemos ido tirando hasta que ha vuelto a producirse un cataclismo como el de entonces. Ahora no ha habido ruegos ni peregrinaciones a la Moreneta como hace 20 años pero no deberían de ser necesarios en una sociedad moderna para conseguir que la vida siga sin sobresaltos aunque las precipitaciones se resistan. Tampoco es admisible que si ha habido una actitud negligente no se le ponga remedio inmediatamente. Ya sabemos que las obras de ese tipo de infraestructuras tardan en culminarse. Por ello, aunque para la crisis abierta que vamos a sufrir en breve no hay capacidad para arreglar nada sí que hay que empezar sin más retrasos todas las obras que deben permitirnos no seguir sufriendo por esta cuestión en el futuro. Esos son los asuntos que deberían preocupar a diputados y consellers en lugar de otros más lucidos pero menos relevantes. Sin agua no hay vida. Ni votos.