Es difícil encontrar en la historia de los gobiernos de Cataluña una gestión tan desastrosa como la llevada a cabo por el actual Govern, quizás el más incompetente de la historia de la democracia.
Desafortunada gestión en el manejo de los fondos Next Generation de la UE, un ejemplo de lo anterior sería la aplicación de los PERTE al hub de electromovilidad para reindustrializar Nissan. Una gestión que ha permitido que gran parte de la industria de la automoción eléctrica se haya ido desplazando a la Comunidad Valenciana. En el furgón de cola de las renovables e incapaz de poner en marcha las medidas necesarias para abordar con seriedad la amenazante sequía.
En lo social es patente su incapacidad para abordar las soluciones a los problemas reales de los catalanes. Un sistema educativo catalán, calificado como “modelo de éxito”, que el último informe PISA sitúa en la cola de las comunidades autónomas españolas y que ha provocado un desafortunado y xenófobo comentario de la Conselleria responsabilizando a la emigración, con la matización posterior ante el bochorno causado. Un sistema sanitario, competencia exclusiva de Generalitat, que según denuncia un informe de la Sindicatura de Comptes se deteriora por momentos como manifiesta el incremento en las listas de espera para operaciones y diagnósticos.
El secesionismo catalán sumido en la más absoluta confusión activa sin orden ni concierto la moda de las “mesas de dialogo”. Una inoperante mesa entre el Gobierno de España y el Govern de la Generalitat que lleva “funcionando” hace más de un año sin que se constaten grandes logros. A instancias del “hombre de Waterloo”, como exigencia a su apoyo a la investidura del Gobierno de coalición, se constituye una mesa itinerante entre el PSOE y Puigdemont con la esperpéntica aparición del verificador salvadoreño. Para no ser menos que Junts , ERC exige su mesa a la espera de qué sorpresa nos depara. Brilla por su ausencia la más necesaria, la que sentaría a Junqueras y Puigdemont para que se pusieran de acuerdo en algo y dirimieran de una vez por todas el liderazgo en el seno del secesionismo, encarnecida lucha por el poder disimulada por entusiasmos patrióticos.
En el actual escenario, preñado de desconcierto, reaparece de nuevo el expresident amenazando al Gobierno de coalición con hacerlo caer pactando con el PP. La amenaza tiene mucho de pura pirotecnia, el hombre de Waterloo necesita volver y disputarle a Junqueras el liderazgo en el seno secesionista. Es cierto que en condiciones normales la posibilidad de acuerdo entre Junts y PP, dos partidos nacionalistas y de derechas, no sería difícil, pero en las actuales circunstancias de “matrimonios territoriales” del PP con Vox lo dificulta en extremo.
Al otro lado del Ebro inicia su navegación de cabotaje el Gobierno de coalición, intentando imponer su estrategia de "patada a seguir”, acción habitual practicada en un deporte como el rugby. Se trata de ganar tiempo para ir consolidando sus posiciones de gobierno y la aprobación de presupuestos, a la espera de los próximos resultados de las elecciones europeas, vascas y catalanas, que pueden ser determinantes para la continuidad del gobierno.
Mientras tanto revolotea sobre la política española la llamada Ley de Amnistía. Es cierto que esta propuesta ha permitido construir una mayoría para gobernar en progreso, que impida el paso a un gobierno PP-Vox, donde los segundos intentarían imponer su proyecto reaccionario y profundamente retrógrado. Al margen de opiniones dispares sobre la constitucionalidad de la ley, que el propio tribunal constitucional disipará, el problema de fondo es si la ley contribuirá a la pacificación del país y el regreso a la política de algunos sectores del secesionismo catalán tirado al monte desde el 2017.
El Gobierno ha planteado la urgencia de esa Ley como instrumento de pacificación y de reconciliación entre los ciudadanos de Cataluña y de estos con el resto del Estado. La etérea “agenda del rencuentro”. Sin embargo, la Ley está siendo utilizada por el PP para activar la radicalización y el enfrentamiento en el seno de la ciudadanía, lo que podría terminar restando apoyos al Gobierno de Progreso. Al Gobierno le está costando explicar su estrategia entre sus votantes, quizás porque algunos de ellos piensan que la amnistía supone aceptar el relato de los secesionistas. Me temo que la medida de gracia podría terminar facilitando lo que intentaba evitar, el acceso al poder de la derecha PP-Vox.
En Cataluña podría ayudar al PSC a gobernar ocupando la centralidad, pero en el resto del Estado las expectativas no son buenas para el Gobierno de coalición. No deja de ser paradójico que se plantee la amnistía para poder gobernar y sin embargo ésta cause profundo desconcierto en el votante de izquierda del resto de España, poniendo en peligro su voto. Es cierto que no se han explicado en profundidad los acuerdos sobre la amnistía, quizás porque es complicado y difícil dar una explicación sólida y razonable.
Ante la “traición” del Gobierno, la oposición PP-Vox ha decidido salvar a la patria, algo que, como dijo el dictador Primo de Rivera, es un acto de masculinidad. ¡Dios nos libre de cualquier exceso de testosterona!