El Consejo General del Poder Judicial no se mueve de sitio porque el PP, como es bien sabido, bloquea el relevo desde hace cinco años; el lustro de la vergüenza en el que la oposición impide el cambio desoyendo la Constitución: la Corte vende su gala,/ la guerra su valentía;/ hasta la sabiduría vende la Universidad,/ ¡verdad! (Quevedo). Los miembros del órgano de la justicia son mármoles convertidos en gigantes cervantinos que el sabio Frestón ha transformado.
Lo más peligroso de esta anormalidad constitucional ha dejado al Tribunal Supremo como un gruyere lleno de agujeros que no se van a llenar; y la misma Audiencia Nacional, la autoridad jurisdiccional más cercana al ciudadano, está sin quorum. Puede paralizarse de un día para otro, en un santiamén, como se desatan hoy las guerras.
Quienes más exigen e imponen un relator neutral son los que no hacen los deberes en la escuela pública. Cataluña, la nación irredenta, se hunde en el último Informe PISA, algo que poco les importa a los gobernantes de hoy y gestantes de un mañana desolador. Hace tiempo que la normalidad institucional ha saltado por los aires.
El PP se hace el ofendido por la ley de amnistía de Sánchez y se manifiesta por penúltima vez en el madrileño Templo de Debod, un edificio del antiguo Egipto, situado al oeste de la plaza de España, junto al paseo del Pintor Rosales (parque del Oeste), en el mismo altozano que enclavó el cuartel de la Montaña, donde empezó la sublevación en julio del 36. Mientras los políticos juegan con las sombras chinescas de otro tiempo, la memoria es un incordio para millones de ciudadanos que ni saben ni les importa cómo empezó aquel desastre.
Madrid expulsa impericias hacia el norte. Aquí acamparon los líderes que perdieron la contienda, como Juan Negrín, el médico canario y presidente republicano, que ocupó la casa colectivizada del abogado Bertrán i Musitu, en el Putxet de Barcelona; o el enorme Antonio Machado, quien, en su largo periplo final hacia Portbou, recaló en nuestra ciudad, abrazado a las cartas de Guiomar, Pilar Valderrama, la inspiración de sus últimos versos. Aquel pasaje final de vidas frustradas nos avergüenza a todos; una falta de compasión puede ser tan vulgar como el exceso de lágrimas ya derramadas.
El holograma exige cuota; los que un día subieron derrotados se cruzan ahora con los que bajan, como lo hizo ayer, una vez más, Miquel Roca, odiado por los indepes y el político catalán técnicamente más dotado de nuestra historia reciente, ponente constitucional del 78; Roca ofreció un buen preámbulo a los fastos del 45 aniversario de la Carta Magna.
Hoy, nos visita la memoria, una dama elegante, además de adulta y rica en matices; y mientras el clima político se enrarece, la plaza Mayor de la capital ultima una feria monástica con dulces, vino de misa y belenes. Afortunadamente, todo pasa y todo queda.
La política es un campo de minas, que explotan a las puertas del CGPJ: ¿Quién los jueces con pasión,/... sin ser ungüento, hace humanos?, sostiene hoy más que nunca el gran satírico del Siglo de Oro. El debate en el mundo de la magistratura no pasa hoy por el vil metal, sino por la influencia y la trayectoria profesional; y se arremolina entre dos opiniones: que se renueve el Consejo General antes de introducir un nuevo reglamento, dice Juezas y Jueces para la Democracia, o que se cambie la ley como condición para renovar a sus miembros, según la Asociación Profesional de la Magistratura.
Caín y Abel mantienen su eterno duelo sobre la piel de toro. Se han cumplido mil días desde que el Consejo debió ser renovado, pero el presidente interino del CGPJ, Vicente Guitarte, llama a los magistrados a rebelarse si una comisión parlamentaria del Congreso llama a un juez a declarar. La duda ofende.
Detrás de la tela de araña imperceptible, pero intransitable, la política mueve hilos y lo hace sonoramente. Siempre se ha dicho que los poderes fácticos son económicos; pero nunca un aserto fue más falso. Manda la ley o su interpretación por parte de la política. Nadie rompe Españas ni divisiones de poderes. Los que de verdad aman a España viven una libertad encarcelada,/ que dura hasta el postrero paroxismo;/ enfermedad que crece si es curada, el colofón amoroso que podría encajar en El chitón de las tarabillas, el opúsculo quevedesco dedicado a la economía. No les queda sino la paciencia de esperar que caiga Osuna y se levante Olivares.
La dualidad nos aguarda en algún recoveco, como el turnismo dinástico de la Restauración borbónica. De momento, Sánchez y Núñez Feijóo proclaman su intransigencia como si fuera una virtud.