Y llegó el día en el que se produjo el gran desalojo. Supongo que muchos de los exaltados que relacionaron las protestas ciudadanas contra los okupas de la Bonanova previas a las elecciones municipales con una mera especulación política ahora habrán visto que su análisis era tan equivocado como que los sujetos desalojados son gente de paz. Barcelona vivió esta semana una buena noticia. Una bona nova en Bonanova. Ya era hora. Los Mossos tuvieron que emplearse a fondo, en materiales y efectivos, pero las dos casas okupadas, puntos vergonzantes para el barrio, fueron desalojadas para cumplir con la ley. Punto final.
Es cierto que ver entrar a los Mossos en esa jaula al inmueble para evitar ser heridos por la artillería okupa da un poco de pena. Pero al menos fue un método que evitó una desgracia como la que sufrió el guardia urbano Juan José Salas en el 2006. Recordarán ustedes que un descerebrado de un edificio okupado en Sant Pere Més Baix lanzó un objeto sobre la cabeza del agente y le dejó en coma, y que ese episodio dio pie a la filmación de una película, la Ciutat Morta, de vomitivo recuerdo para todos aquellos que, al margen de las ideologías, propugnamos una vida con orden y respeto. Por ello el desalojo de la Bonanova retorna al sistema lo que nunca debió salir de él.
El debate sobre las okupaciones, cansino ya, coloca en la trinchera de las opiniones a los dos bandos en los que se agrupan los ciudadanos de Barcelona. Uno de ellos, el perroflauta, el defensor de una rebeldía trasnochada en aras de un progresismo que más que eso es delito. El otro bando es el de la gente normal, el que no aplaude las okupaciones ni que unos pocos se tomen la justicia por su cuenta llenándose la boca de soldados del derecho a la vivienda. Ese no es el camino para mejorar la delicada situación que registra el acceso a un inmueble digno. Quizás para resolver el problema haya que mirar más a las administraciones para que hallen soluciones reales que mejoren la vida de los ciudadanos en lugar de los parches planteados o ejecutados hasta el momento.
Collboni puede apuntarse un tanto bajo su mandato, avalado por Xavier Trias. El líder de Junts en el ayuntamiento tuvo la valentía de aplaudir el desalojo y de admitir que él no logró los mismos resultados en Can Vies, la Bonanova en su día de Trias. Ese espíritu de alianza es lo que precisa Barcelona. No sé si ese cruce elegante de floretes puede tener alguna continuidad en el futuro, pero sin duda cuantas más almas del plenario municipal se alineen sin complejos en la orilla del sentido común, mejor le irá a la ciudad. Los deberes que debe afrontar Barcelona siguen ahí, pero hay que ir sumando aspectos positivos para lograr cambiar la tendencia. Seguimos con los delitos al alza, según se ha admitido oficialmente, y con las calles todavía demasiado sucias, pero valoremos los pasos, pequeños todavía, que tienen que desatascar a la ciudad.