Como pacto, hay que reconocer que no está mal: yo pienso así, tú piensas asá, los dos pensamos distinto, y lo ponemos por escrito para que tú sigas de presidente y yo pueda volver a casa.
Después se trata de hacérselo tragar a los respectivos militantes, aunque por ese lado no ha de haber problema alguno, porque un militante de partido, en España, es como un marido cornudo: no quiere enterarse del engaño, e incluso se enfada con quien pretende hacérselo notar.
Los militantes del PSOE y de Junts, más que a un partido, se afiliaron a una religión, con lo que a nadie ha de extrañar que pongan la fe por delante de la razón y digan amén a todo, que es lo que dicen los fieles en misa.
El famoso acuerdo de legislatura entre PSOE y Junts no ha sido otra cosa que plasmar, negro sobre blanco, todo aquello en lo que no están de acuerdo, para así tener un documento que firmar. Cómo no iban a firmarlo, si no compromete a nadie en nada.
Lo que van a poner a consideración de sus fieles --y que estos van a aceptar como si fueran las tablas de la ley presentadas por Moisés, ya que de religión hablamos-- es un documento que refleja los desacuerdos de ambos partidos, pero que añade que uno y otro están dispuestos a aguantarse con tal de conseguir su objetivo. No un objetivo en beneficio de los ciudadanos, sino de sí mismos, que es mejor. Un pacto así no es que deje en muy buen lugar a la política española, pero, amigos, es lo que tenemos, a estas alturas no le vamos a pedir peras al olmo.
--Yo quiero un referéndum de autodeterminación.
--Pues yo no te lo voy a conceder.
--Perfecto, pues firmemos un acuerdo para constatar que esas son nuestras posturas divergentes.
--Venga, firmemos.
Que jueces, policías, registradores, empresarios, inspectores de trabajo, ciudadanos de a pie, y no sé si también el clero, los funcionarios de Correos y las comadronas estén en contra sólo confirma que el pacto de Junts y PSOE es correcto.
Un pacto que certifica que los abajofirmantes no se ponen de acuerdo ni siquiera entre ellos es lógico que aspire a que todo el resto de España esté igualmente en desacuerdo. Pedro Sánchez ha hallado por fin la fórmula de unir a todos los españoles, una tarea titánica en la que han fracasado todos nuestros líderes patrios, desde Quindasvinto: ha puesto a todo el mundo de acuerdo en estar en desacuerdo, incluso él parece estar en desacuerdo consigo mismo.
Los únicos a quienes les parece de perlas el pacto --como se ha dicho más arriba-- son los militantes de los partidos firmantes, pero esos no cuentan como mentes pensantes, a efectos contables tienen el mismo valor que los ficus que adornan las sedes de sus partidos.
A los españoles sólo se les puede aunar si es para ir a la contra de lo que sea, cosa que no es nada fácil porque siempre sale el rarito que va a favor. Hay que reconocer que Sánchez se ha trabajado el rechazo absoluto, y la última encuesta del CIS ya empieza a premiarlo.
De todas formas, no hay que descartar que quede todavía algún despistado que no vea mal del todo el compromiso alcanzado, gente extraña la hay en todas partes. Pensando en esos cabos sueltos, a no muy tardar tendrá lugar la esperada foto de Pedro Sánchez saludando a Puigdemont, tal vez intercambiándose presentes. Ignoro si la imagen se va a tomar en Bélgica o en España, en Waterloo, en Madrid o en Barcelona, eso es lo de menos, el caso es que la foto va a terminar de soliviantar a los indecisos, que de eso se trata.
Lo que empezó como un simple desacuerdo entre partidos, va a terminar con un desacuerdo entre todos los españoles. Y después dirán que el Gobierno no hace nada.