Deseo al señor Vidal-Quadras una pronta y total recuperación, y que los pistoleros que ayer trataron de asesinarlo precisamente en la calle Núñez de Balboa, donde viví a finales de los años 80, sean detenidos y encarcelados, y los motivos de la agresión, aclarados.
Sabiendo que su vida no corre peligro, me entrego ahora al placer de recordarle, pues, aunque nunca he sido amigo suyo ni lo traté siquiera, que su personalidad me impresionó. Me acuerdo perfectamente de cuando le conocí, casualmente, siendo yo un adolescente y él ya un joven brillante de mirada mefistofélica y una extraña voz ronca, quebrada.
Estábamos en un espléndido jardín en el Maresme, entre mucha gente joven y guapa, pero no la juventud de la gauche divine, sino más bien conservadora, y aunque él se había constituido con naturalidad en el centro de la reunión hicimos un aparte para hablar del poeta Constantino Kavafis (sin segundas intenciones eróticas, por si hace falta aclararlo), y si no recuerdo mal también de Auden y de Larkin, y en aquella breve conversación (hablo de hace 50 años, nada menos), extravagante en aquel contexto, él desplegaba su soberbia ironía, un poco incomodante para un chaval mucho más joven, que era yo, su cultura no sé si amplia, pero en cualquier caso convincente y analítica, y su fulminante rapidez dialéctica.
Era como si Alejo, o Aleix, se divirtiera pensando al mismo tiempo que formulaba sus pensamientos. Era como si la vida fuese un juego. Siendo yo un adolescente progre y él entonces ya un señor digamos conservador, a punto de doctorarse en Física y prematuramente calvo por más señas, y estando yo acostumbrado a que los conservadores, por lo menos los que yo conocía, fueran… más bien limitados en casi todo lo relativo a la cultura, me impresionó vivamente aquel ser, excepción, unicornio.
Aunque nunca se lo he dicho, en aquel breve lapso de tiempo se constituyó en una lección para mí, un modelo de ser joven, aunque sólo fuese a título referencial.
Décadas después lo vi apartarse de su exitosa carrera profesional y académica y asomarse al escenario político de Cataluña, como jefe del PP regional y diputado en el Parlament. Fue admirable mientras duró; a pesar de esa voz poco atractiva era un dialéctico formidable que se atrevía a decir lo que nadie había osado decir en esa ágora, y nadie osaría hasta que llegaron, muchos años después, los líderes de Ciudadanos, Rivera y Cañas.
Estos ya eran bilingües, un progreso, pero Vidal-Quadras les sacaba las vergüenzas a los nacionalistas en un catalán más que correcto, natural, si esto se puede decir de una lengua, que es un artificio. Su retórica agresiva y desacomplejada galvanizó y entusiasmó a muchos que nunca hubiéramos votado al PP, ni imaginábamos que de sus filas precisamente iba a salir el portavoz de nuestras ideas, y animó a sus votantes “naturales”.
Entre sus discursos en el Parlamento regional recuerdo como una apoteosis aquel momento en que, a modo de conclusión de su análisis de la política y el discurso de CiU, le espetó al presidente de la Generalitat: “Vostè és ridícul, senyor Pujol”.
Esta sentencia, que ahora que todo el mundo se insulta con entusiasmo digno de mayor causa parecerá una jaimitada irrelevante, en aquel momento en que todos, incluso sus adversarios, contemplaban al Pujol triunfal, al Pujol de antes de la famosa deixa, con admiración y/o temor, sonó como un sacrilegio libertario: la voz de una verdad largamente acallada y felizmente, por fin, liberada.
Creo que fue por aquellas fechas cuando Vidal-Quadras se reveló como un magnífico escritor, como columnista de la prensa. Esto fue en la sección de Opinión de El País, edición catalana. Para entender lo que supusieron para algunos lectores, especialmente de izquierdas, como yo era, aquellos breves artículos tan juguetones y divertidos, piénsese que allí él compartía página con las reflexiones del profesor y luego tremendo golpista Jordi Sánchez, y de Rahola y Culla, entre otros fenómenos. Creo que al lector no le costará entender que en compañías tan rematadamente feas y fanáticas la ironía sarcástica, a menudo cruel, de Vidal-Quadras destacaba como el lucero del alba, o, por usar la metáfora de Chandler para su personaje de Iniciativas Malloy en Adiós, muñeca, como “una tarántula en un plato de nata”.
Esas compañías debían de estimularle, como suele pasar, y allí, en El País, edición catalana, dio lo mejor de sí como tribuno, pues luego, cuando lo contrataron otros periódicos más en sintonía con sus convicciones, La Razón y Voz Pópuli, bajó notablemente el nivel dialéctico, se notaba (o por lo menos yo sentía) que ya no había tensión en su escritura, hasta el extremo de que dejé de seguirle. Es siempre mejor, si se puede, escribir a la contra, y mejor aún en medios con cuya línea editorial no comulgas.
Parte de la decadencia aparentemente irreversible de su partido en Cataluña yo creo que tiene su origen en 1996, cuando Aznar necesitó los votos de CiU para alcanzar el Gobierno, y Pujol le exigió a cambio, entre muchas otras cosas que también obtuvo para sorpresa y maravilla de los suyos, la cabeza de su Némesis: Vidal-Quadras. Es que le sacaba de quicio y le preocupaba mucho. Aznar –“no es nada personal, business as usual”– se la dio en bandeja de plata, y a él para que no se quejase lo recolocó en Bruselas, donde llegó a ser vicepresidente del Parlamento Europeo.
Entiendo que para Aznar la presidencia de la nación bien valía un Alejo, pero a partir de ese momento quedó demasiado claro que el PP catalán, como opción de derechas, como alternativa al nacionalismo de CiU, era una marioneta fácilmente sacrificable, nada verdaderamente serio. Es cierto que para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos, pero luego la tortilla desaparece y quedan ahí las cáscaras.
Hará unos 10 años volví a ver a Vidal-Quadras en el Parlamento Europeo, adonde fui, si no recuerdo mal, a pronunciar una conferencia, o a participar en un debate, invitado por la eurodiputada Teresa Giménez-Barbat. Le vi en la repugnante cafetería pasar como un fantasma, detenerse unos minutos a saludar a unos admiradores, pero con prisa impaciente, eso sí, con la sonrisa mefistofélica de cejas alzadas puesta.
Entonces ya Alejo en política no era nadie, el papel que había desempeñado en Barcelona lo ocupaba Ciudadanos, y Bruselas es poco más que un cementerio de elefantes para padecer ataques de melancolía bien pagada, donde la actividad me parece que no se aleja mucho de lo que Albert Cohen describe en su fenomenal novela Bella del señor.
Allí nuestro hombre consiguió dinero, según se dice, del exilio iraní, para financiar la creación de un partido político con estupendo nombre latino: Vox. Pero no se entendió con Abascal y su equipo y además se había hecho mayor y le dijo adiós a todo eso, eso que, al fin y al cabo, sólo eran los restos de unos años que fueron gloriosos, los años de Barcelona, cuando su figura era tan distinta, y en los que su inteligencia fulguró. Como diría, precisamente, Kavafis: “Las diez y media: ¡cómo pasan las horas! / Las diez y media: ¡cómo pasan los años!”.