“Nunca me he visto en la obligación de traicionar a un amigo o traicionar a mi país, pero si una vez ocurre, espero tener las agallas de traicionar a mi país”. Esta reflexión de la escritora norteamericana de la edad del oro Dorothy Parker viene al pelo cuando se trata, como ahora, de cara o cruz en la política catalana. Y, efectivamente, el amigo es antes que la nación; el afecto es moralmente superior al inextricable teorema político.
La futilidad retórica de la derecha es proporcional a sus mentiras, pero la elocuencia de la izquierda es la aliada del desastre que se nos viene encima. No nos matan las tragedias, sino los enredos. Aprovechar las urgencias de Sánchez para forjar un pacto de máximos es más que un enredo; estamos entrando en otro ciclón de mentes desorientadas, donde el sentimiento vence a la razón.
Jordi Alberich ha escrito, en estas mismas páginas, que las élites económicas catalanas empiezan a enaltecer el regreso del expresident a la política catalana. ¿Será posible? El caso es que la camarilla de Waterloo nos está sumiendo en un nuevo episodio de frentismo.
Si se saca a relucir la debilidad política de la clase dirigente catalana es por su falta de liderazgo real. Estamos lejos del tiempo en el que la fuente mozárabe de Ferrer-Salat, en la Bonanova, enmarcaba los consensos a la sombra, entre empresarios y dirigentes políticos. La opinión censitaria de una minoría ilustrada ya no cuenta. El asunto nos interroga a todos y la pregunta es esta: ¿nos va bien que Puigdemont nos dirija a control remoto con sus siete votos decisivos?
Solo sabemos que, en cada comparecencia, sus correveidiles aprietan más las tuercas, aunque no adivinamos qué tuercas porque el PSOE nos tiene en mantillas. El editorial del Financial Times apoya la amnistía, como ocasión histórica: “Sánchez se juega mucho con su oferta de amnistía [...], pero es una apuesta que merece la pena, aunque no sea del todo por las razones correctas”; y el mismo editorial critica al PP por “pensar como la extrema derecha”.
En el mundo académico se oyen muchas voces en pro de la amnistía y de que a Junts solo le queda un camino: aceptar la propuesta del PSOE, simplemente para sobrevivir. Son las voces tenues; pero las hay fuertes, que llegan del otro lado, donde la derecha se sumerge en el acoso temprano de su débil dirigencia.
En el intríngulis de la investidura intervienen economistas, magistrados, oculistas, ocultistas, nigromantes, psicólogos, politólogos, sociólogos y hasta podólogos atentos a la fascitis plantar de los correcalles que estos días surcan a grito pelado las arterias de la capital y malmeten los escaparates de las sedes socialistas esparcidas por España. Medio país se retrata al aire libre.
El Consejo General del Poder Judicial lanza, sin quorum, un exordio contra la ley nonata, augurando “el principio del fin de la democracia”.
A partir de un informe de la Guardia Civil, el juez García-Castellón inculpa a Puigdemont por terrorismo y la fiscalía recurre el auto recordando que los atestados policiales no pueden decantar, por sí solos, la carga de la prueba sobre el justiciable.
Santiago Abascal, con 12 de los suyos, entra en la bocacalle de Ferraz al grito del “tenemos el derecho y el deber de defender a España”, amparado, dice, en el 21 de la Carta Magna.
Sea como sea, la cuestión de territorio pone en marcha el motor a presión de la España romantizada; y su guante no es de seda, sino de hierro; nos conocemos. El PP de Feijóo se suma a las mil manifestaciones realizadas y anunciadas en las 50 capitales de provincia españolas. El ruido seguirá después de la investidura.
En la inacabable negociación, entre PSOE y Junts, Santos Cerdán, por si acaso, tiene amarrado al tigre nacido en las selvas de la noche. Y se pregunta, como el poeta: “¿Qué mano inmortal pudo idear tu terrible simetría?”. Quizá no hará falta contestarle y será que Puigdemont solo es un gatito travieso. De momento, a la negociación le falta luz; no por el acceso a los papeles de los negociadores, sino la “luz de la razón”, última y enigmática palabra de Goethe en su lecho de muerte.
Puede que los de Junts no lo perciban, pero el mal humor de los españoles empieza a desbordar los tarros. El mismísimo hermano gemelo de García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, rompe el carnet del PSOE, al estilo de los hooligans futboleros del Barça tras la final de la Copa de Europa en Sevilla. Si no lo remedia el pacto de investidura, la desbandada socialista puede empezar en breve plazo, con una voz de fondo anunciando el “vencido y desarmado”.
Santos Cerdán viste a diario el traje azul, la camisa blanca y la corbata roja. Su entrecejo desmiente su talante. Malos augurios, mientras no cambie el planteamiento cerril de los de Puigdemont. Pero ¡atención! dicen que, cansado de que le hagan cosquillas en la planta del pie, un buen día el tigre se los comió.