La debilidad de las instituciones es el peor enemigo de la paz. Bajo una permanente tensión, no salvaremos el legado prisionero de la canonización estéril de la nación y su confiscación conservadora. El dominio de la herejía maniquea nos lleva a combatir al infierno (el nacionalismo español vetusto de PP y Vox) sin descubrir que hay cielo en la tierra: el modelo federal de las autonomías.

Las futilezas de última hora de Junqueras y Puigdemont --reconocer a Cataluña como nación dentro de la Constitución-- floretean el decorado de la investidura, pero no tocan el contenido del acuerdo, que da por descontada la España plurinacional.

La voz de los exlíderes del procés es el último dicterio dirigido a las bases republicanas supervivientes, a las que ni el mismo Oliver Cromwell, a caballo, les prestaría la menor atención. Los que todavía quieren liquidar el statu quo de la larga tiranía saben hoy que todo está sellado, tras la jura de la Constitución de la princesa Leonor, ante el Congreso, epifanía de la opinión.

Mientras la presidenta de la Cámara Baja, Francina Armengol, lanza un mensaje favorable a la España plural que reconoce ideologías y territorios, en las paredes resuena la voz de Leonor: "Les pido que confíen en mí". Ya en el Palacio Real: "Discrepancia", "tolerancia", "respeto" se le oye decir al Rey en la intervención posterior al juramento de la heredera.

En un momento de su breve discurso, Felipe VI cita significativamente a Miquel Roca. Y Sánchez responde a la princesa: "Contad con nuestra lealtad". La España territorial se vincula al Estado de derecho.

Las antiguas bases CDR ya no callejean, no están siquiera por la labor de gritar como los jóvenes airados de John Osborne (Mirado hacia atrás con ira); por su parte, Tsunami Democràtic queda fuera del perdón, según medios judiciales. La amnistía articula el camino para superar la división. Su aplicación es más convincente que las narraciones ilustradas de la provincia, al estilo francés de Zola y Balzac; fija su apuesta en la España de Galdós. Ilustrar la provincia significa contar al público la esencia de nuestro perfil interior, visto desde distintos enclaves.

El hundimiento del canon catalán es el fin del ombliguismo, sea económico, ideológico, hereditario o dinástico. Si se cae el canon, ¿quién lo reconstruirá? Desde luego, no serán los del procés, porque la mayoría del país está por la verdad; teme la conjetura y la sospecha, que circunda a jóvenes víctimas bastante inocentes, una vez salvados los políticos.

Estas probables víctimas quisieron ser victimarios en 2017 a fuerza de seguir el grito regenerador de la minoría jacobina haciendo oídos a la vertiente que suplicaba prudencia. Es una prueba de la inmoralidad de la dirigencia indepe. Ahora, llegada la hora del bizcocho, los políticos amnistiados disfrutarán de la libertad que puede negárseles a otros, puerilmente combativos.  

Vivimos los dolores de parto de la investidura de Sánchez: Puigdemont negocia su salida personal y la Montaña abandona su papel callejero. A lo lejos, divisamos al número tres del PSOE, Santos Cerdán, cerrando los términos de la amnistía en Waterloo, un auténtico milagro de Gonzalo de Berceo que, al parecer, acaba haciéndose realidad.

La cara alegre del psicoanálisis político se impone a la oscuridad. “¡Ay, de mi Alhama!”, exclama Boabdil al perder Granada. Es el estado de ánimo de Feijóo, que sigue pidiendo elecciones, niega la evidencia y ordena matar al mensajero. La arquitectura de la oposición es voluble y caprichosa; convierte en escarnio lo que no alcanza.

En la Rusia bolchevique, era peligroso hablar de Dostoievski y someterse a la imaginación del escritor resultaba inaceptable, según decía el comisario de Cultura del Kremlin, Lunacharski, estrella roja y pistola al cinto. El autoritarismo confiscatorio acaba siendo débil allí donde se aplique. Solo el 4% de la militancia del Consell de la República votó en la última consulta y ahora Podemos somete a sus bases la investidura de Sánchez; el resultado será negativo por mor de los supervivientes encastillados, aunque Pablo Iglesias haya prometido el sí de sus cinco votos en el Congreso.

El tiempo vuela a la velocidad de los comicios y la gente sin alma se convierte en gente sin votos, como le pasará pronto a Vox, al otro lado del arco parlamentario. Y algo parecido se cuece aquí, en Cataluña, cuando los cuadros de Junts "pasan de Sánchez" --en boca de Josep Rull-- y no agradecen la derogación de las penas de sedición y malversación, que les libraron de la cárcel. Mientras su jefe de filas dobla la cerviz y se comporta como un gato escaldado, los corazones indóciles preparan otra DUI. Todo es resentimiento.

Desde los cementerios y las plazas se presume hoy el cercano día del bizcocho en el que se alumbre la investidura; se celebrará o se llorará según el viento casi encastado en los panellets de piñones de Todos los Santos.

Si Sánchez no se sale con la suya su primera obra habrá durado un lustro; pero si, como parece, sigue en el cargo se convertirá en un amante celoso de la hazaña, dependiendo siempre de las negociaciones que cierra al límite del tiempo.

El presidente en funciones le tiene tomada la medida al cargo. Conoce los pasos contados que separan el despacho civil de la Moncloa del trono de la Zarzuela.