Un fantasma en forma de amnistía recorre la epidermis de la vida política catalana y española. El Gobierno de España lo argumenta como una oportunidad para seguir avanzando en la “pacificación” de la Cataluña “irredenta” nacionalista, pero a nadie se le oculta la necesidad de conseguir los siete escaños del fugado Puigdemont –único propietario de esos votos– para la investidura de un nuevo Gobierno de coalición. En el seno de este Gobierno en funciones, se agitan Sumar y su lideresa obsesionados en no perder protagonismo y ser el “perejil en todas las salsas”.
Para el PP, la oposición a la amnistía –voceada en la calle– supone aprovechar la oportunidad para pescar en los caladeros del voto más centrista del PSOE y al mismo tiempo arrinconar a Vox en la disputa por el voto más conservador. Una oposición que agita el espantajo de una “España que se rompe” apelando a la igualdad de todos los ciudadanos. Un partido que no se distingue precisamente por defender políticas sociales igualitarias y que en los territorios donde gobierna mantiene privilegios y defiende políticas impositivas claramente discriminatorias. Un Feijóo encabezando todas las manifestaciones para no verse desbordado por la dialéctica “chulesca”, amante de la confrontación permanente de la lideresa, Ayuso. .
En Cataluña, una ERC confusa y nerviosa ante un Junts, su principal adversario, que ha recuperado el protagonismo y la relevancia en la interlocución con el Estado. A lo que habría que añadir la disputa interna por el liderazgo “republicano” entre Aragonès Garcia y Junqueras (hoy por hoy inhabilitado). El viaje en plan “llanero solitario” de Aragonès a Madrid y su intervención en el Senado responde a un intento de reivindicar ante Junqueras su condición de Honorable. La CUP, desaparecida en combate. Comunes ayudando en todo lo que pueden a ERC, obsesionados por poder participar en el Govern. El PSC, el partido ganador de las últimas elecciones, damnificado por el protagonismo que ha adquirido el fugado Puigdemont en las negociaciones con el Gobierno, lo que podría dificultar el necesario cambio en Cataluña. En este océano de despropósitos navega a la deriva la nación catalana.
Hoy por hoy, la amnistía está en el alero, pero, sin duda, es la última oportunidad para Puigdemont de ser relevante y de volver a la política institucional. Mientras tanto, Cataluña sigue secuestrada entre la amnistía que podría llegar y el referéndum que no deja de aparecer como invitado fantasma en cualquier negociación. Anclados los nacionalistas en sus nostalgias históricas y sueños lúdicos sobre un mágico 1 de octubre.
Sin embargo, el mundo se mueve, las sociedades se transforman, la economía se agita. Con relación al futuro inmediato, el secesionismo permanentemente distraído en sus disputas internas, inmerso en la magia de sus iconos milenarios y en su eterna desconexión con la realidad, sigue sin entender que la sociedad catalana tiene otras prioridades y debe hacer frente a los retos de un mundo en permanente estado de mutación hacia una nueva sociedad. Una sociedad posindustrial, basada en el conocimiento y que algunos han denominado como hiperindustrial, caracterizada por la necesidad de grandes y potentes infraestructuras (granjas de almacenamiento, de datos, centros de cálculo, cableado, satélites…). Donde la industria y los servicios se solapan a través de la conectividad informática, lo que sin duda supone un importante desarrollo de actividades externalizadas (diseño, distribución, logística…).
La Cataluña de hoy necesita en el campo medioambiental un Govern capaz de responder a los dos retos más urgentes: liderar la transición energética hacia una economía descarbonizada y solucionar con urgencia y rigor el grave problema de la escasez de agua.
En el escenario de la globalización, el Govern debería ser capaz de entender que la conexión de Cataluña con el mundo global requiere una buena conexión aeroportuaria, lo que exige la ampliación y modernización del aeropuerto de El Prat, respetando las diversas restricciones medioambientales existentes.
Un Govern capaz de superar las notables insuficiencias de inversiones en infraestructuras tecnológicas necesarias para paliar los déficits en el campo de la innovación que nos sitúan a la cola de Europa. Por ello se debería apostar de forma inequívoca por Barcelona como capital de la innovación tecnológica y la digitalización.
El Govern deberá impulsar la modernización y la diversificación de una economía excesivamente dependiente del sector turístico, caracterizado por su baja productividad. La reconversión necesaria debería incrementar la productividad del sector y reducir el paro estacional.
Por el contrario, el Govern disipa parte de sus recursos en actuaciones de agitación y propaganda en la llamada Acción Exterior, claramente desproporcionada para las necesidades del país. Recursos que bien pudieran utilizarse en atender las insuficiencias anteriormente señaladas, así como con los compromisos contraídos con los objetivos de desarrollo sostenible contemplados en la agenda 2030.
Si el Govern es incapaz de gobernar en Cataluña y dejar gobernar en España –sin entender el estado de excepción en el que vive nuestro mundo–, quizás ha llegado el momento de ir a unas nuevas elecciones para que los ciudadanos puedan elegir su futuro.