No sé qué le pasa a mi Pedro, que ya ni me come ni me duerme bien. Me tiene preocupado. Le veo deambular tristón por los pasillos de la Moncloa de madrugada, cabizbundo y meditabajo; en poco más de una semana me ha perdido la risa, y me ha perdido el color, ese moreno tan chulo de chulo piscinas que se gasta siempre. Ahora parece un velón de iglesia… ¿Qué tendrá mi príncipe autócrata; acaso persigue, por el cielo de Oriente, la libélula vaga de una vaga ilusión? Estoy por llevarlo a un psicólogo argentino, a uno de los buenos, a ver si logra explicarme a qué se debe que esté tan alicatado, uh, perdón, alicaído. Con lo contento y feliz que le veía yo hace tan solo unos días cuando Alberto Núñez Feijóo se la pegó bien pegada en su investidura…

Aquí ha pasado algo. Lo detecté el otro día, el 12 de octubre, durante la Fiesta Nacional. Andaba el pobre Pedro sin saber bien dónde meterse, si un pasito por delante o un pasito por detrás, si a la izquierda o a la derecha. Y mira que yo le aconsejé a base de bien. Incluso sus asesores del partido sanchista –formerly known as PSOE– se desvivieron dándole instrucciones de protocolo a porrillo: “No llegues tarde, Pedro, sé discreto; recuerda que de ningún modo debes colocarte durante el besamanos junto a Felipe, Letizia y Leonor, que tu república ya llegará, ten paciencia, hombre... ¡Y sobre todo no te marches del acto antes de que lo haga el Rey!”.

Me consta que él hizo lo que pudo, manteniendo una actitud ausente y un semblante contrito, con las manos entrelazadas por delante en plan chico bueno. Pero, claro, hay que joderse, porque ocurrió lo que ocurre siempre desde que nos desgobierna con su buen tino y mano firme: por séptimo año consecutivo, 10 o 12 millones de fachas madrileños, de los 23 o 24 millones que tenemos en España, le pusieron a parir y le abuchearon como si no hubiera un mañana, gritándole eso que a él tanto le irrita de “que te vote Txapote”, cuando lo que él quiere ahora mismo es que el tal Txapote, y el resto de los zurdos txapotistas que ya le han votado, le invistan con el armiño presidencial. Unos sádicos es lo que son estos fachas, unos desalmados. Porque, dicho sea de paso, hay que ser malo de solemnidad para colocar en la tribuna al buenazo de Patxi López, la mano derecha tonta de mi Antoñito, entre la fifi de la Cuca Gamarra, el pecho palomo de Santiago Abascal y el tontoligo de Núñez Feijóo. Qué mal trago también el de Patxi…

Bueno, pues eso, que mi conducator rumano favorito volvió a la Moncloa con un berrinche de padre y muy señor mío, porque él lo que quiere, como cualquier ser sensible y bondadoso, es sentirse querido por todos. Y aunque a algunos les pudiera parecer que mi Pedro tiene el alma, y el corazón, y la cordura, y el sentido común, y la dignidad, encerrados bajo siete llaves, tras siete lóbregos pasillos, en lo más alto de la séptima torre del castillo, el desamor le sienta fatal. Si es que es un cielo de ególatra. Imposible no quererle.

Como es lógico, yo trato de animarle, le digo que se apoye y busque consuelo entre sus buenos amigos, que tiene muchos y son lo mejor de cada casa. Pero él frunce el ceño y aprieta la mandíbula, porque últimamente todos le traen por el camino de la amargura. A todos los ha recibido con su mejor sonrisa, uno a uno, esta pasada semana. Y resulta que Aitor Esteban –¡será malasombra el tío!– va y le da largas: “Oye, que sí, que sí, que seguimos hablando, que aquí aún queda mucho por hablar; pero tú tranquilo, Pedro, que hay más días que longanizas”.

Luego se presentó Gabriel Rufián, ese que siempre bebe gratis, y le soltó que en lo de su investidura quizá sí llegarían a apoyarle, a cambio de la amnistía, pero que si lo que busca es apoyo estable para toda la legislatura deberá ser a base de pactos puntuales y “sudando la camiseta a tope” día sí y día también. Y añadió que a ver si llamaba de una puñetera vez a su jefe, fray Oriol Junqueras, el tumbaollas insaciable, que anda muy mosqueado porque le pidió cita hace años y ni caso.

Pero la que le dejó hecho polvo de verdad –porque mi Pedro esperaba mucho de ese encuentro– fue la catalana Míriam Nogueras, la que galopa y corta el viento y relincha que es un primor. Fue la más clara de todos, sea dicho de paso, porque le espetó, a bocajarro y sin ambages, las condiciones que le dicta Carles Puigdemont desde lo alto, a saber: “Amnistía ya, y que te lo afine Conde-Pumpido; referendo vinculante a medio plazo; ni hablar de lo de abandonar la unilateralidad porque es prerrogativa irrenunciable; y declaración institucional, urbi et orbi, en la que España pida perdón por asesinar a San Lluís Companys, ese ser de luz al que Dios tenga en su gloria”.

Por un momento creí que a mi Pedro le daba un ictus. Se le hincharon las venas de las sienes, cosa que le ocurre cuando se cabrea a base de bien. Por suerte, la llegada de la Mertxe Aizpurua hizo las veces de válvula de presión al asegurarle sus seis escaños, que salen relativamente baratos, porque de momento solo ha trascendido una foto histórica que ha dejado encantados a todos los españoles de bien.

Pero lo peor de todo estaba aún por llegar. Pedro creía que en lo que referido a la extrema izquierda más allá de su divina siniestra todo estaba atado y bien atado, y que la suma de sumandos con los que podía contar era una realidad sólida, inamovible. Pero no. Olvidó el dicho ese que dice que quien con críos marxistas se acuesta, mojado amanece. Y me temo que esto sí que va a acabar con su salud.

Resulta que Pedro a la Yoli Díaz la apreciaba bastante y confiaba en ella, pero está resultando ser un grano en el culo, porque igual te plancha un huevo que te fríe plisplás una propuesta de amnistía que nadie le ha pedido. Lady Cohete –o La Tucana Besucona, como la llamamos todos en la intimidad– es un verso libre. Su ansia de notoriedad puede con ella. Raja como un loro a todas horas, y nueve de cada diez cosas que suelta son tonterías, porque es que encima de parecer tonta, resulta que lo es, aunque se las dé de sabelotodo y quiera estar en todos los fregados, ya saben: que si ahora me voy a Waterloo a masajear la chepa a Cocomocho y lo convenzo, que si ahora me meto en camisa de once varas y siento cátedra en asuntos de política exterior. A recoger percebes y a avizorar horizontes en la Costa da Morte la mandaba yo. Más paciencia que un santo tiene mi Pedro.

Y ahora, en un momento tan complejo para Pedro, va y ocurre lo inesperado con la guerra de marras entre los demócratas de Hamás y los fachas demoníacos de Israel, y de resultas de ello, la rubia de bote se ha apuntado a la moda del turbante palestino a lo Yasser Arafat, al igual que ha hecho Ione Belarra, esa mosquita muerta con la que Yoli se lleva fatal. La podemita la aborrece en secreto, porque mucho mandar y mucha vicepresidencia, pero no ha logrado impedir que Pedro pasara por la quilla a Irene Montero y a la tragaldabas de Pam, que ya oposita a algo, la pobre, o eso dicen, porque opositar es peor que trabajar.

En este asunto tan delicado Yoli ha fallado totalmente, porque si algo valoraba y esperaba Pedro de ella era que actuara como muro de contención de ese batiburrillo de zurdos descerebrados que ha ido recolectando por el camino, suma que te sumarás. Y ahí están ahora mismo vociferando cual horda, calle arriba, calle abajo, Iñigo Errejón y Mónica García –médica, madre y palestina de toda la vida–, a la cabeza de Ha-Más Madrid, y también Ione Belarra y sus alegres podemitas, exigiendo que Pedro –si quiere contar con sus votos para la investidura– lleve a Benjamín Netanyahu ante la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y “genocidio planificado en Gaza”; reclamando también que España, y los 27 socios de la UE, dejen de vender armamento a Israel. Y finalmente conminando a que el Gobierno en funciones reconozca –unilateralmente y sin esperar a ningún pronunciamiento conjunto de la UE– al Estado Palestino. Hoy toda la zurdidad, con Sumar al frente, ha presentado en la Cámara Baja una PNL (proposición no de ley) al respecto, en la que por cierto ni la UE ni la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, salen muy bien parados. Si a Pedro ya le excluyen de muchas decisiones importantes ya solo le faltaba esto para que se lo miren de refilón.

Todo esto y mucho más, que ya les contaré en otro momento, tiene a mi Pedro en un trance tipo “vivo sin vivir en mí, y tan alta investidura espero, que muero porque no muero”. No sé si se morirá, espero que no, ni si le investirán o le desvestirán; tampoco sé qué será de nosotros, si iremos a votar o nos iremos al carajo, pero ahora mismo el problema que más me toca es que mi autócrata favorito ya ni me come ni me duerme bien. Y yo le digo –pero que si quieres arroz– que deje de morderse las uñas y haga nuevas amistades, aunque no sean tan progresistas ni tan chachipiruleras como las que tiene ahora, y que le llevan por el camino de la amargura…

Porque, con amigos así, ¿quién necesita enemigos?