Esta semana el Govern anunciaba la renovación del cheque escolar. Una ayuda que beneficia a los alumnos de primaria y que, a partir del próximo curso, se ampliará a los de secundaria, si bien la aportación disminuirá, pasando de los cien a los setenta euros. Una iniciativa que ha generado un notable revuelo en el mundo educativo, pues se considera que resulta claramente insuficiente en un contexto de pérdida de capacidad adquisitiva de la mayoría de familias.

Pero, de las declaraciones de los colectivos afectados se deduce que el desagrado va mucho más allá de unos euros más o menos de subvención; la iniciativa ha hecho emerger un arraigado malestar por la recurrente dejadez de la Generalitat en el ámbito de la enseñanza. Así, al margen de las siempre enrevesadas e irresolubles consideraciones pedagógicas, el sistema catalán viene mostrando disfunciones administrativas notables e incomprensibles, resultantes de una política errática, carente de criterios y procedimientos estables, que desorienta a los profesionales de la educación y perjudica la formación de nuestros jovenes.

Así, más allá del recurrente ruido social y mediático, lo más preocupante acontece de forma paulatina y silenciosa: una huida de las clases medias de la enseñanza pública que, de no frenarse rápidamente, acabará por dañar de manera difícilmente reversible un servicio público tan fundamental como la enseñanza. Sin llegar a las cifras desorbitantes de Madrid, en Cataluña son cada vez más las familias que, a la que pueden, abandonan la pública, tal y cómo también viene sucediendo con la sanidad. No podemos olvidar que si la clase media se desentiende de los servicios públicos esenciales, estos transitarán hacia la marginalidad, corroyendo el eje central del progreso y la equidad.

Nada nuevo, lo de siempre: en Cataluña hemos aparcado el gobierno de las cosas, el que incide directamente en el bienestar diario de los ciudadanos y en sus expectativas de futuro, para obsesionarnos con debates tan estériles como contraproducentes. Lamentablemente, cuando parecía que íbamos recomponiendo el desastre, las elecciones facilitan el retorno de Puigdemont y los suyos al centro de la vida pública; un personaje que, en pocas semanas, ha sido capaz de arrastrar hacia la insensatez a socialistas, populares e independentistas diversos. Y pese a que la sociedad catalana parece haber pasado página del procés, el enorme ruido político y mediático puede seguir imposibilitando el buen hacer de las administraciones.

Cuando más nos conviene centrarnos en ese gobierno de las cosas, se nos anuncia que iremos directamente a la confrontación, que rodarán cabezas de unos y otros. Un buen momento para recordar aquella anécdota atribuida a Pío Cabanillas: en un momento de gran tensión política, se le anunció que su carrera se acababa, que le quedaba poco para que se le "cortara la cabeza". Don Pío, sin perder la compostura, respondió "corténmela, pero utilícenla para pensar". Me parece que, por muchas cabezas que rueden en los tiempos venideros, difícil será encontrar una que sirva para pensar.