O Alfonso, o Javier, o Josep si no hubiese fallecido hace unos meses… Necesitamos un referente moral para salir de este profundo bache en el que estamos sumidos, un presidente del Gobierno apoyado por los dos grandes partidos para acometer en dos años todas las reformas que necesitamos para después convocar elecciones y volver a empezar. La política de frentes y de crispación no nos trae nada bueno ni en lo social ni en lo económico. Tenemos mucho que aprender de Italia, un país con un Parlamento hiperfragmentado, con bloqueos recurrentes, pero que en momentos clave tira de figuras de indiscutible prestigio, como Monti y Draghi.

Las palabras de muchos referentes de nuestra Transición, personas que ya nada tienen que ganar, deben hacernos reflexionar. Cargarse el imperio de la ley por el favor de siete escaños que representan a 392.634 ciudadanos, el 1,6% de quienes votamos en julio, no tiene sentido. Si el tuit de las 155 monedas de plata cambió el devenir de los hechos de octubre de 2017, ¿qué más tiene que decirse para evidenciar que se vende una presidencia del Gobierno por un plato, frío, de lentejas?

Tras la fallida investidura del candidato con más votos y escaños toca buscar una alternativa. Este trámite se inicia con las consultas de S. M. el Rey a los partidos y será, de nuevo, un trámite incompleto porque la falta de educación de ERC, Junts, EH Bildu y BNG hará que no haya certeza de que el candidato socialista tenga la investidura asegurada. Formalmente tendrá 155 síes y 172 noes. Si nos creyésemos las instituciones, como hacen por ejemplo los británicos, no podría prosperar esta candidatura e iríamos a elecciones. Pero lo más probable es que sigamos embarrando las instituciones y tengamos candidato por aquello de evitar enfrentamientos institucionales.

Ahora que se pone a Irlanda como ejemplo, no es baladí ver qué ocurre con los miembros del Parlamento del Sinn Fein, más o menos el equivalente irlandés a EH Bildu. Cada vez logran más escaños por las circunscripciones de Irlanda del Norte, pero no son acreditados como miembros del Parlamento porque no juran lealtad al Rey. Sus escaños quedan vacíos y no pueden ni pisar la Cámara de los Comunes, aunque sí usan sus despachos de vez en cuando. Son coherentes, a la par que respetuosos con las instituciones, lo mismo que el partido nacionalista escocés. Ningún político nacionalista agrede los símbolos británicos, por mucho que no se sienta representado por ellos.

Aquí todo el mundo quiere soplar y sorber, cargarse el Estado, pero vivir de él. Quienes están encantados de haberse conocido inventándose textos para hacer una promesa fake de la Constitución o con boicots de patio de colegio a actos a los que deberían acudir por razón de su cargo deberían, simplemente, hacer como el Sinn Fein: si el Parlamento español no es el suyo, que no vayan. Lo mismo que mientras el presidente de una comunidad autónoma sea el máximo representante del Estado en su territorio, debe respetar la dignidad de su cargo y cumplir con sus obligaciones en lugar de dar desplantes o, peor aún, gastar el dinero de todos los españoles en debilitar al Estado.

Dado que el poder ciega al candidato y a su corte solo cabe la ensoñación de escenarios imposibles: que el Rey no le ofrezca ser candidato por no tener constancia fehaciente de sus apoyos, que un puñado de socialistas de pro escuchen a sus mayores y den la espalda al suicidio de nuestro Estado de derecho o incluso que el candidato, gran animal político, capitalice un no ante exigencias cada vez menos asumibles.

La repetición electoral, el mejor escenario hoy, debería servir para que los dos grandes partidos, que entre ellos han cosechado, de momento, 16 millones de votos (más de dos tercios de los votos emitidos), se pusiesen de acuerdo para resolver, entre otros muchos temas pendientes, la financiación autonómica, los nombramientos pendientes, sobre todo los del CGPJ, pero no solo esos: la ley electoral, el uso de los fondos europeos y ajustes pendientes a la Constitución, entre otros, el que el jefe del Estado pueda ser el primogénito del Rey, sea hombre o mujer o cangrejo, pues la sucesión de la jefatura de la nación no puede dejarse al albur de la combinación de cromosomas. Y como parece que les salen granos si se votan entre ellos búsquese una persona de prestigio, sea político, profesional o lo que sea. Antes ver a un deportista o a un empresario como presidente apoyado por los dos partidos que a un político hipotecado por un plato de lentejas. Ni 155 ni siete monedas de plata justifican decisiones trascendentales.