Las necesidades que tiene Barcelona de volver a la senda de la recuperación económica, de creer de nuevo en sus capacidades y de retomar posiciones abandonadas los últimos años por la falta de ambición provocada por el criterio equivocado de determinados gobernantes son urgentes. Especialmente porque tejer complicidades y albergar nuevas perspectivas siempre es mucho más laborioso que tirar por la borda el trabajo hecho desde el tramo final del siglo XX.

Esta tarea de luchar por ser el centro de más y mejores inversiones, en sectores tradicionales o en los más relacionados con la innovación, choca frontalmente con algunas actitudes que ocurren en nuestra ciudad y que, sinceramente, deberían estar totalmente controladas. El episodio vergonzante ocurrió, como ustedes deben recordar, en el exterior del salón The District, la cita inmobiliaria que reúne a las principales firmas del sector y que hereda la posición que tuvo en el pasado el rompedor Meeting Point. Como sabrán, varios asistenes al salón fueron obsequiados con ostensibles chorretones de pintura sobre sus americanas por parte de un grupo reducido de los manifestantes que consideran que todo lo que tiene que ver con la inversión inmobiliaria está en manos del mismísimo Belcebú.

Pese al extenso control policial por parte de los Mossos d'Esquadra, ninguna dotación policial fue capaz de evitar los desmanes del agresivo colectivo que arremetió contra algunos de los participantes en el certamen. ¿De verdad la policía autonómica no pudo prever que las protestas iban a pasar de los gritos a la agresión? De hecho, no era necesario que ningún grupo de información hubiese alertado sobre la situación, pues fuentes del sector ya indicaron las altas probabilidades de que la cosa acabara en desastre. Desastre para los visitantes, desastre para dicha feria y desastre para la imagen de la ciudad. Sin duda, esa no es la mejor tarjeta de presentación para Barcelona en su pretensión, justificada, de querer volver al trono de las urbes que cortan el bacalao. No se puede tratar así a quienes piensan en la importancia de la actividad económica y, por supuesto, no se puede defender la imagen de la ciudad de un modo tan poco comprometido.

Un ex jugador de fútbol de primera división, un hombre de fútbol metalúrgico y cumplidor, me comentó en una ocasión que cuando debutó en primera un técnico le dijo: "A partir de ahora, cuando te encare un delantero rival tienes que pensar que no es un compañero de profesión que viene a ganar. No. Es alguien que viene a robarte el pan de tu familia y eso, lógicamente, no lo puedes permitir". Estaría bien que nuestra policía se tomara las cosas importantes para la ciudad tan en serio como ese sacrificado jugador se tomó los partidos desde su debut. Y que quienes desean mandar al infierno la imagen de la ciudad, de la que vivimos de un modo u otro todos los ciudadanos, reciba su merecido.