Poco después de cumplir los 39 años decidí ser madre soltera. La presión biológica de los 40 y la falta de pareja estable me empujaron a tomar una decisión que ya llevaba algún tiempo rondándome por la cabeza. También ayudó el hecho de ser amiga de bastantes parejas que se habían sometido a procesos de reproducción asistida para tener hijos, así que ya estaba familiarizada con el tema.
"¿Seguro que no prefieres esperar a que aparezca alguien? Podrías congelar óvulos, todavía estás a tiempo de encontrar a un padre…", me repitieron en muchas ocasiones. Pero yo ya estaba decidida. "Tengo un hijo ahora, la pareja ya vendrá. O no". Así que me planté en el despacho de una doctora maravillosa (si algún lector/a quiere referencias, que me contacte) y me puse manos a la obra. Tuve bastante suerte (además de medios). Tras un año intentándolo por inseminación artificial, como indica el protocolo, me quedé embarazada a la primera in vitro.
El paso previo a una in vitro es una extracción de óvulos. Si tienes menos de 38 años, estás a tiempo de congelar los óvulos extraídos y embrionarlos en el futuro (con el semen de tu pareja o un donante). Pero si has superado la edad límite, la calidad de los óvulos cae en picado y ya no vale la pena congelar los óvulos. Te recomiendan directamente congelar embriones y, si puedes, no tardar demasiado en hacerte "la in vitro" (es decir, que te implementen el embrión en el útero) para quedarte embarazada.
"Tendrían que animarte a congelar óvulos en la universidad", me dijo hace poco una amiga de treinta y largos al enterarse de que hay un límite de edad para hacerlo. Le gustaría ser madre, pero lleva tiempo sin pareja estable y no quiere hacerlo sola. Sigue confiando en que un día aparecerá ese príncipe azul, en forma de hombre atractivo, inteligente, educado y potencial padrazo. "Y si no tiene que ser, no será".
Otra amiga, un poco más joven (35) rompió hace unos meses con su última pareja (40) porque no lo veía comprometido. "Cuando le sacaba el tema de tener un hijo, me decía que ya verían, que disfrutásemos del momento".
Ambas amigas son profesionales muy competentes en lo suyo, y son conscientes de que su carrera quedará truncada cuando decidan ser madres. Pero lo que las frena no es su carrera, sino que no encuentran a un hombre que cumpla con los requisitos mínimos: educados, comprometidos, decididos a ser padres y con la autoestima suficientemente alta para tolerar que ellas tengan más estudios o más éxito en el trabajo. Es lo que la antropóloga de la universidad de Yale, Marcia C. Inhorn, llama "la brecha de apareamiento" (the mating gap), un factor que también explicaría el aumento progresivo de la congelación de óvulos en Estados Unidos en los últimos diez años.
Después de entrevistar a 150 mujeres estadounidenses que decidieron congelar sus óvulos (la mayoría heterosexuales que deseaban una pareja con la que tener y criar hijos), Inhorn llega a la conclusión de que, contrariamente a la idea generalizada de que la mayoría de las mujeres profesionales congelan sus óvulos para no interrumpir sus carreras, "su decisión no tenía nada que ver con sus trabajos. Se debía a que estaban solteras o en relaciones muy inestables con hombres que no estaban dispuestos a comprometerse con ellas", observa en su libro Motherhood on Ice: The Mating Gap and Why Women Freeze Their Eggs, reseñado recientemente en la revista The Atlantic.
"Está claro que la congelación de óvulos no es una solución sostenible ni escalable a este desajuste estructural entre deseos y expectativas", escribe la autora, pero las historias de su libro captan un problema actual que los debates más amplios sobre la congelación de óvulos pasan por el alto: "El dolor de las mujeres que luchan por satisfacer los deseos humanos de compañía y paternidad!".