Ha tenido que llegar una sentencia a destiempo para que gobernantes, comerciantes y agentes sociales de Barcelona acaben denostando el disparate de gestión municipal que vivimos bajo el imperio de Colau. Es cierto que las sentencias se hacen realidad cuando el ritmo de la justicia lo considera oportuno, y por lo que respecta a la que ha emitido la titular del juzgado contencioso-administrativo número cinco de Barcelona, instando a que la superilla de Consell de Cent recupere su aspecto anterior, ha caído como un chute de adrenalina. Una decisión radical que llega tarde porque tras el suplicio de unas obras zahirientes volver atrás no se desea, aunque sólo sea por agotamiento. Si la decisión judicial se hubiera producido hace meses muchos de los que ahora se han conjurado a aceptar el mal menor de la superilla para evitar más gasto y molestias, quizás habrían enarbolado una bandera más contestataria.

El eje verde del centro del Eixample no se revertirá, pero al menos tanto el equipo de gobierno socialista, como los comerciantes y el conjunto de entidades con voz en Barcelona se han visto impulsados a reconocer que aquel modo de gestión municipal, el de los grandes demócratas perroflautas, es inviable, incómodo, con grietas jurídicas y lesivo para los intereses de una ciudad que debe crecer y mejorar sin tregua. El fallo servirá para que esos errores pasados no vuelvan a producirse, salvo que el PSC quiera suicidarse. Más diálogo con los sectores importantes de la ciudad y menos autoritarismo aunque éste estuviese desdibujado bajo el maquillaje de esa izquierda que sólo desea exhibir sus tics buenistas y naif.

Veremos si el nuevo estilo tiene posibilidades de alterar algunos de los desastres proyectados por el ayuntamiento anterior sin volver a mortificar a los ciudadanos, y también comprobaremos si el espíritu de la sentencia permite abrir la mano para que el tráfico privado recupere algún protagonismo por esas calles falsamente diseñadas como un onírico oasis.

Es necesario que los técnicos piensen soluciones imaginativas que contribuyan a evitar la ratonera en la que se ha convertido el centro de la ciudad como consecuencia de los embudos artificiales. El volumen de vehículos no disminuirá hasta que la oferta de transporte público interurbana no sea mejor y, por tanto, hay que pensar fórmulas que no conviertan la malla de la movilidad en Barcelona en un enjambre de coches parados, humo y desesperación. Cortar algunas calles sólo ha servido para subir el precio de los alquileres, fastidiar al conjunto de la vida ciudadana que necesita el automóvil o que toma un taxi, y convertir esas calles boulevard en espacios de aparcamiento para furgonetas y camiones del reparto de la última milla. Dicen que los jubilados son más felices paseando por ellas. Enhorabuena. Pero el aspecto que durante muchas horas al día ofrece Consell de Cent es el de un almacén de vehículos de uso industrial.

Si la sentencia ha servido para pensar de otra manera tras el fiasco de las superillas, quizá también sería recomendable que los munícipes de la actualidad le den una vuelta al circuito de carriles bici, escasamente utilizado, bien porque hay más carriles de la cuenta, bien porque patinetes y biciclistas desfilan a su libre albedrío por donde les place, ajenas al cumplimiento del civismo y las normas.