Tras el reciente pacto entre la izquierda y los nacionalistas, el catalán va a adquirir la condición de lengua cooficial en las instituciones del Estado, de manera más inmediata en el Congreso de los Diputados, A su vez, también se abre la posibilidad de impulsarlo como idioma oficial en las instituciones europeas. Aún de manera peculiar, se está cerca de alcanzar un objetivo largamente perseguido por el catalanismo.

Pero más allá del hecho simbólico, de enorme importancia para todo nacionalismo, el catalán sólo se consolidará como lengua de referencia, rompiendo su actual tendencia a la baja, si el país recupera atractivo perdido. Y ahora se nos abre una gran oportunidad, más allá de las contrapartidas concretas que puedan obtenerse en este nuevo ciclo político español: Cataluña puede articular un proyecto diferencial en esta Europa que se decanta por el neoautoritarismo democrático y el liberalismo rampante.

La ciudadanía española ha votado a favor de la moderación, cayendo su apoyo a radicalismos de derecha, izquierda o independentistas, viniendo a confirmar que la sociedad española es mucho más serena de lo que puede deducirse del ruido político y mediático.  Y, de manera especial, ha sucedido en Cataluña donde se está abriendo un nuevo ciclo político que se articulará alrededor de socialistas e independistas moderados.

Y deberíamos ser capaces de aprovecharlo para el bien común y, también, para consolidar el catalán, pues el futuro del idioma pasa por recuperar el buen hacer social y económico. Y el nuevo ciclo nos brinda una gran oportunidad para diferenciarnos de esa amalgama de gobiernos autonómicos entregados a las directrices de Isabel Díaz Ayuso: un seguidismo acrítico a lo insustancial e insostenible de su bajar impuestos, desregular y que cada uno se espabile como pueda.

Sin duda, las competencias de una autonomía para recomponer el desaguisado, que venimos arrastrando desde hace años, son muy limitadas, pues la gran fractura viene del dinero global que campa a sus anchas en este mundo tan abierto y desregulado. Pero, pese a todo, hay margen para avanzar en la buena dirección: la de estimular el dinamismo empresarial, mimar los procedimientos democráticos y entender que nada legitima que una persona se quede tirada en la cuneta del progreso.

Fácil de decir y muy complejo de desarrollar, pues se necesita aglutinar a la ciudadanía alrededor de un proyecto compartido y disponer de una especial finura en la definición y ejecución de las políticas públicas. Mucho pedir tras tantos años perdidos en la estética y el vacío.  Pero, por pedir que no se quede.