Pedro Sánchez y Carles Puigdemont tienen una cosa en común. En estos días, ambos están gestionando bien los tiempos, ambos se han ido de vacaciones, ambos siguen utilizando el teléfono, y ambos han impuesto a los suyos discreción. Esto no quiere decir que todo esté bendecido y que ambos estén mareando la perdiz mientras tienen el acuerdo cerrado. Ni mucho menos. Eso solo lo airea Isabel Díaz Ayuso con ánimo de enredar, no porque tenga información privilegiada. En este escenario de evidente incertidumbre, tanto Sánchez como Puigdemont saben que los tiempos les juegan a favor.
El presidente del Gobierno tiene en fase de histeria colectiva al Partido Popular, que día sí y otro también cambia de estrategia aireando eso de que le toca a Feijóo formar gobierno por ser el más votado y que, por tanto, el Rey debe designarlo a él como candidato. Es curioso que los más monárquicos sean los que dejan la figura real a los pies de los caballos. El rey Felipe designará al candidato que pueda formar gobierno porque estamos en un régimen de democracia parlamentaria. No gobierna quien más votos ha logrado, sino el que recaba más apoyos. De momento, solo sabemos que Feijóo solo tiene el apoyo de Vox. Unión del Pueblo Navarro le dará el voto, pero le ha pedido que no engañe, porque no gobernará. El PNV le cerró la puerta en las narices y Coalición Canaria le ha hecho la cobra.
El expresidente de la Generalitat ha puesto de los nervios a ERC y también a los suyos. Los republicanos tienen prisa para cerrar un acuerdo, pero miran de reojo a los posconvergentes porque siguen en la lid de quién es más patriota y quién es más independentista. Necesitan el acuerdo en sí mismo, al margen de los contenidos, para justificar su política en estos años y porque saben que una repetición electoral puede ser más lesiva. Para Junts también. Un destacado dirigente de la formación, cercano a Puigdemont, ponía letra a esta música: “Podemos perder tres diputados”.
El partido de Puigdemont, en el que no tiene ningún cargo, pero manda como nadie, también juega una partida interna. Entre halcones y palomas. Unos, los que abogan por la coherencia, es decir, quedarse al margen de todo para desgastar a ERC. Otros, los más pragmáticos, partidarios de ser decisivos de nuevo en Madrid. Ambos grupos saben que por mucho que hablen, que digan y que presionen, Puigdemont será el que tome la decisión final.
Por eso, Sánchez envió un emisario de confianza a hablar con Puigdemont. Por teléfono, of course. No está la cosa para viajes ni a Waterloo ni a Colliure. Y a este primer contacto le han seguido otros. De momento, si hay avances solo lo saben los interlocutores. La discreción se ha impuesto. Con ERC también, pero los interlocutores republicanos no son los anunciados negociadores. Estos, como mucho, deben estar calentando en la banda y actuarán cuando sean requeridos. Puigdemont se toma su tiempo porque también juega en este tablero el momento adverso que atraviesa en la justicia europea.
Ambos van paso a paso porque el primer round es la configuración del Congreso. Eso dará pistas, pero no presupondrá nada. El pacto de investidura y de legislatura son otra cosa. Incluso el límite de este pacto que algunas voces conocedoras de estos intríngulis sitúan en los dos años. Mientras, Sánchez y Puigdemont están de vacaciones entreteniendo al personal con el debate sobre la financiación autonómica, que ha tenido como primera prestación poner nervioso a un PP que sigue con el líder también de vacaciones. Eso sí, con una gestión de tiempos manifiestamente mejorable. Bien haría, por ejemplo, el PP en aceptar el debate sobre las lenguas en el Congreso para sacarse de encima el sambenito de ser un partido testimonial en Cataluña y Euskadi. Haciendo pedagogía en el nacional madrileñismo que considera que los que hablan catalán, euskera o gallego son independentistas. El problema es que el idioma no tiene ideología y es de todos. Y España es algo que va más allá de la M-30. Es plural, transversal y diferente. Lo han dicho las urnas el 23J y no lo pillan.