El organigrama del nuevo Gobierno estaba diseñado; se habían repartido ya los ministerios; se iba a destituir, como primera medida, a José Félix Tezanos de presidente del CIS; cada nueva encuesta era un redoble de tambor en el ruido destinado a derogar el sanchismo; Narciso Michavila, encuestador de cabecera del PP, les daba 150 escaños, incluso en la noche electoral; la derecha mediática informaba de que en la Moncloa los asesores de Pedro Sánchez recogían papeles y hacían las maletas; los mismos medios aseguraban que ya se preparaba un congreso extraordinario del PSOE para elegir nuevo líder, sobre cuyo futuro se especulaba; comentaristas de estos medios explicaban por qué iba a perder Sánchez; Ana Rosa solo había previsto, para el lunes 24, una entrevista en su programa con Alberto Núñez Feijóo, seguro ganador de las elecciones, y todos se afanaban en el arriesgado deporte de vender la piel del oso antes de cazarlo. Pero todos se olvidaban de que quien habla, quien decide, es la gente en las urnas.

Y entonces estalló la burbuja que ellos mismos habían creado. Uno de los elementos principales para hinchar esa burbuja habían sido las encuestas, cuyo número batió todos los récords. El bombardeó se inició ya en 2021: entre el primer y el segundo trimestre de ese año, se dobló el número de sondeos pasando de 45 a 74, y desde el 1 al 17 de julio de 2023 se publicaron más de 100, seis al día, según datos del politólogo Oriol Bartomeus.

Las encuestas se habían convertido no ya en un instrumento para detectar los movimientos del electorado o para vaticinar el resultado electoral, sino en un factor de presión para influir en la dirección del voto. Michavila ha sido un actor fundamental en esta estrategia, no solo por sus predicciones, sino también por sus opiniones. Se ha paseado por los foros de la derecha mediática haciendo previsiones que le daban al PP hasta 160 escaños y asegurando siempre la mayoría absoluta con Vox. Ahí están sus intervenciones en los programas de Carlos Herrera --“Dios te oiga”, le dijo el comunicador para cerrar una de las entrevistas-- o Federico Jiménez Losantos, que, animado por Michavila, esperaba 180 escaños para la suma de la derecha y la ultraderecha. También han participado en esta burbuja encuestadoras hasta ahora tan desconocidas como los métodos que utilizan. Y todas contribuían a demonizar a Tezanos, que, pese a sus frecuentes desvíos, al final ha sido uno de los que más se acercó al resultado.

La burbuja explotó por dos factores fundamentales: la resistencia de Sánchez y la resistencia de Cataluña. El presidente del Gobierno acertó en el diagnóstico de que las encuestas estaban sesgadas y, con una campaña a todo o nada, defendiendo una gestión exitosa en las medidas económicas y sociales, consiguió perder solo por 330.000 votos de diferencia con el PP (8 millones frente a 7,7) y por 14 escaños (136 a 122). La derrota, como se ha dicho y repetido, es, sin embargo, una victoria porque el PSOE es el único partido con posibilidades de formar Gobierno. Pese a una legislatura terrible, Sánchez gana dos diputados, un 3,7% y casi un millón de votos más. Al resultado de Sánchez ha contribuido notablemente la aportación del PSC (19 escaños), que ha sacado más votos que todo el independentismo reunido (ERC, Junts y CUP): 1.213.000 frente a 954.311. Es especialmente llamativo el batacazo de ERC, que pierde 400.000 votos, igual que en las municipales.

Aunque Feijóo ha empezado a deslegitimar al posible nuevo Gobierno, con la absurda teoría de que no puede gobernar quien no ha ganado las elecciones, lo seguro es que el líder del PP tiene imposible acceder a la Moncloa. Las causas son múltiples, desde las expectativas desmesuradas, una campaña llena de torpezas, la ausencia del debate de TVE por exceso de confianza, los pactos con Vox en autonomías y ayuntamientos y, sobre todo, que España no es Madrid. La burbuja que envuelve a la capital de España no se reproduce en el resto del país, lo cual es también un aviso para quienes creen que Isabel Díaz Ayuso tendría la victoria asegurada como cabeza de cartel del PP.

El descenso de Vox (de 52 a 33 escaños) es una de las mejores noticias de las elecciones. También lo es que los resultados reflejan mucho mejor la España plural, que nada tiene que ver con la que se inventan en Madrid. El PP no acepta la pluralidad española y por eso ahora es incapaz de pactar con ningún partido que no sea Vox. Ahí está el no rotundo del PNV, que en otros tiempos sí que llegó a acuerdos con el PP, para demostrarlo.

El futuro, de todas formas, no está escrito y Sánchez tendrá muy difícil el pacto de investidura, por lo que no es descartable una repetición de las elecciones a final de año. Junts tiene la clave. Bastaría con su abstención, pero las condiciones que ponga --incluso al final de la negociación-- pueden ser inasumibles para el PSOE. No olvidemos que Carles Puigdemont --el único que decide-- ha propagado la idea de que ellos no han de salvar a España de la derecha, sino a Cataluña de España. Ahora mismo, Puigdemont es más radical que EH Bildu.