Hay quien dice que la política española tiene un swing especial. Nuestro país es el de las amargas victorias y las dulces derrotas; es un pedazo de la vieja Europa en el que moran radicales, agoreros y nostálgicos de verbo fácil; es un lugar en el que no faltan chantajistas cainitas embozados en banderas. Una tierra con un presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, del que se cuenta que tiene baraka, esa suerte de bendición divina con que el cielo premia a sus protegidos. Pero lo que en realidad atesora el líder del PSOE es una gran capacidad de adaptación a la adversidad, las amenazas y los contratiempos. Un talante, a lo Sturm und Drang, que convida a no darse jamás por vencido, de ahí el espíritu de la remontada, de ahí su resistencia ¡Tempestad y empuje! Digámoslo claro: lo del PP de Núñez Feijóo ha sido el sueño de una noche de verano; lo de Vox, un gatillazo en toda regla. Es difícil prever qué derrotero tomará la política española a lo largo de los próximos meses. Hay demasiados heridos y damnificados. Santiago Abascal, sin ir más lejos, culpa a tirios y troyanos de su mala suerte y a Feijóo de blanquear a Pedro Sánchez. Un resultado electoral tan ajustado como el del 23J obliga a tejer alianzas y, en ese cometido, las izquierdas estan más entrenadas que el PP.

Pero es en el campo del independentismo donde se deshoja la margarita entre una nueva gobernanza progresista o el bloqueo político que nos conduciría a unos nuevos comicios a final de año. ERC y Junts harían bien en analizar las verdaderas causas de su continuado declive electoral. La vieja retórica del procés ya no estimula a nadie y la solidaridad con los presos pasó a la historia. He ahí la razón, junto a las peleas entre partidos por la hegemonía en el seno del secesionismo, de la progresiva desvinculación del antiguo votante independentista. Pere Aragonès, Oriol Junqueras, y las exiguas huestes de Carles Puigdemont pueden caer en la tentación de pedir imposibles para facilitar la investidura. Si lo hacen, abocándonos a unas nuevas elecciones, van a ser los consolidadores del bipartidismo. Obviar que en España tanto PSOE como PP son formaciones arraigadas profundamente en la sociedad sería un inexplicable error de cálculo. Cuando Míriam Nogueras insiste en afirmar que su prioridad ‘no es garantizar la gobernabilidad del Estado’ coloca a su partido al servicio de Waterloo y en los márgenes de la política útil. Y no solo eso, ese tipo de actitudes y declaraciones se pagan electoralmente y disuelven cualquier intento de hallar una salida razonable al asunto Puigdemont & Comín.

Tres son las palabras iniciadas con la letra b que están en danza en el escenario político español. La baraka, término heredado de la tradición mística sufí, que parece proteger al presidente del Gobierno; bipartidismo, fenómeno en ascenso tendente a un sistema de partidos, ahora bloques, capitaneado respectivamente por PSOE y PP; y bloqueo como fuga hacia adelante de un partido, Junts, que heredero de la tradición convergente pugna por sobrevivir en un magma electoral cada vez más complejo.

¡Ah! Por cierto, tremendo chasco el de Giorgia Meloni y compañía. Y Díaz Ayuso en la recámara por lo que pueda pasar. ¡País!