Hoy es jornada de reflexión para los casi 37,5 millones de posibles votantes. En realidad, no todos reflexionarán. Los 2,6 millones que han solicitado el voto por correo ya no tienen nada que reflexionar, lo mismo que los cerca de 12 millones, si no son más, que es posible que no ejerzan su derecho. Pero, para el resto, papá Estado nos dice que hemos de reflexionar.

Los ciclos electorales están llenos de anacronismos que algún día habría que revisar. Claro que hay cosas más importantes que la jornada de reflexión, inexistente en Alemania, Reino Unido o Estados Unidos. Habría que darle una vuelta a la circunscripción provincial, al sobrepeso de las minorías locales o al propio método d’Hont, por no decir el hecho de no poder difundir encuestas en los últimos cinco días antes de las elecciones o no usar proyecciones de resultados, que existen, en lugar de encuestas entre el cierre de los colegios y la publicación de los resultados. Lo que valía para el último tercio del siglo pasado no tiene por qué valer para esta tercera década del siglo XXI. Pero las normas son las que son y parece que a quienes les compete cambiarlas no les apetece mucho emprender estos cambios. Así que a reflexionar y, a diferencia de países como México con ley seca preelectoral, al menos aquí podemos tomarnos una cervecita en la playa.

Pero no solo hemos de reflexionar quienes vamos a votar, también han de reflexionar, y mucho, los líderes políticos porque a partir de mañana han de tomar muchas decisiones.

La primera y más importante es si un bloque dejará gobernar al otro sin excesivas estridencias. Concluimos una legislatura muy compleja, con un Gobierno de coalición apoyado por demasiados partidos con demasiados intereses locales y eso, en general, no ha traído lo mejor para todos, porque es imposible contentar a todos. La política actual es todo menos generosa, pero no estaría mal que quien fuese el segundo se lo pusiese fácil al primero, no tenemos el país como para perder más tiempo y para bloqueos estériles.

Pero además de una generosidad que es más que probable que no se produzca, en estas elecciones parece que habrá muchos perdedores. Los primeros, los partidos que no se han presentado, desde Ciudadanos a los regionalistas cántabros o Foro Asturias. Su futuro es muy negro, por no decir inexistente, al menos mientras dure la actual corriente de polarización y voto útil. Como aficionados al péndulo que somos ahora parece que regresamos a un escenario protagonizado por los dos grandes partidos apoyados por sus estridencias en sus flancos más extremos, pero a una notable distancia, completando el mapa dos partidos en cada una de las autonomías más identitarias. Parece fuera de toda duda que el bipartidismo, con muletas eso sí, ha vuelto.

El futuro de muchos políticos dependerá de la magnitud de la tragedia. Si no gana el PP es posible que más pronto que tarde vuelvan las peleas internas en Génova. Si pierde el PSOE por goleada, los exbarones ofendidos pedirán la cabeza de Sánchez, ya sin el freno de poner en riesgo cargos y sueldos. Podemos podrá afear a Sumar muchas cosas si no saca buenos resultados, al menos mejores que los que sacó Podemos en solitario en 2019. Los liberales de Vox pueden liársela a los fundamentalistas al frente del partido, o incluso cambiarse de partido, si el globo verde se desinfla. Los partidos independentistas catalanes tendrán que revisar sus estrategias y pensar en cómo gestionar el año y medio que queda de mandato autonómico, con la agravante de la práctica ausencia de Junts de casi todas las instituciones, y el PNV tendrá que pensarse muy bien qué hacer con vistas a las elecciones autonómicas vascas de 2024 frente a un EH Bildu que le está comiendo la tostada entre otras cosas por su capacidad de influencia en el Gobierno de España.

También tendrán que reflexionar sobre su futuro personal altos cargos y asesores si hay un cambio de color del Gobierno. Cada vez son más las personas que viven alrededor de la política y que al terminar sus mandatos se quedan bastante colgadas, es lo que tiene ser un profesional de la política sin suficiente experiencia profesional, o en ocasiones incluso sin suficiente formación previa. Es muy diferente pensar en su futuro quien ha perdido ingresos por entrar en política que quien siendo alto cargo ha logrado el salario de su vida. Lo único bueno de estas elecciones en plena canícula es que agosto está a la vuelta de la esquina y los nuevos parados, si es que lo son, podrán darse un respiro para pensar.

Ojalá la semana que viene ya tengamos claro quién va a gobernar, aprovechemos los meses que quedan de presidencia europea, tengamos presupuestos en octubre y podamos usar al máximo unos fondos Next Gen que están un poco más lejos cada día que pasa y no los usamos, fundamentalmente porque no sabemos cómo.