Uno de los pilares en que se asienta nuestra democracia representativa es la posibilidad de la alternancia en el poder. Dicen los politólogos que no es bueno para el sistema que un grupo político permanezca en el poder por periodos ilimitados. No es el caso de Pedro Sánchez ni del socialismo español. Desde la aprobación de la Constitución del 78 hasta nuestros días han morado en la Moncloa, y gobernado el país, varios presidentes de diferentes ideologías. Hemos avanzado a distintas velocidades; cierto, pero siempre en dirección hacia un horizonte europeo diáfano y sin mirar atrás. La alternancia es buena, no lo discuto, pero las regresiones en política suelen ser lesivas para la sociedad que las padece. A cinco jornadas del 23J, la posibilidad de ver a Santiago Abascal en los jardines de la Moncloa es inquietante. La experiencia de estas últimas semanas nos dice que, con tal de llegar al poder, Núñez Feijóo está dispuesto a gobernar España con los ultras. Es más, en ausencia de un programa claro y explícito del PP a nadie se le escapa el efecto contaminante que poseen los postulados xenófobos, machistas y homófobos que emplean los líderes de Vox.

Digámoslo claro: en este país se han conjurado en santa jauría todas las fuerzas de la vieja España. Bajo palio, el arzobispo de Orihuela, José Ignacio Munilla, bendice las tesis de Vox y acusa al PP de asumir propuestas de izquierdas al reconocer el aborto como un derecho de la mujer; en Valdemorillo se teme a Virginia Woolf y se cancela la función de Orlando; la representación teatral de La villana de Getafe del gran dramaturgo Lope de Vega es pasto de la censura ultra; la película Lightyear salta de la programación en Cantabria por las presiones de la derechona; en Briviesca, la obra El mar de Alberto Conejero fue cancelada... Terrible. Para otra ocasión dejo el arriado y prohibición de banderas arcoíris o las lonas y documentales que supuran odio contra los adversarios políticos. La lista de abusos de la derechona es infinita; pero el objetivo de estas líneas no es hacer un inventario de despropósitos, sino evidenciar el descaro con que se han llevado a término. No les importa que les acusen de censores o manipuladores. Pactan sin rubor y cambian poltronas por principios en Extremadura o en Palma. Los ultras van tan sobrados que ni tan siquiera han aguardado al desenlace de las elecciones generales para actuar en plan cacique. Preocupante. ¿No creen?

No obstante, hay que celebrar que la ley del péndulo funciona. ¡Y vaya si funciona! Han dolido tanto en el ámbito cultural y artístico los actos de censura, los ataques a la libertad de expresión y las cancelaciones de eventos, que más de trescientos intelectuales y artistas han firmado un manifiesto en el que piden un voto de apoyo “para el gobierno más progresista de la democracia”. Se han sumado a la iniciativa los sindicatos UGT y Comisiones Obreras. Los que peinan canas quizás recuerden aquella propuesta que formuló Santiago Carrillo bajo el nombre de La alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura. La planteó en pleno franquismo para hacer frente a los antepasados de Vox. Aquella alianza se ha reencarnado hoy en forma de manifiesto. Más tarde, el dirigente del PCE la desarrollaría en su libro Eurocomunismo y Estado (1977) recogiendo las tesis de Antonio Gramsci sobre la hegemonía política y social. Están en juego demasiadas cosas para pasar de ir a votar.

A cinco días de las elecciones nada está decidido ni escrito. La reacción acecha, la santa jauría de la que nos hablaba el abuelo Karl ha vuelto a dar señales de vida, de todos depende que no nos devore.