El 10 de julio no es un buen día para Pedro Sánchez. El presidente debería saberlo. La épica del gobierno de Pedro Sánchez acabó un 10 de julio. De 2021. Ese día hizo un cambio de Gobierno para afrontar con éxito la segunda parte de la legislatura. Iván Redondo lo dejó plantado cuando pretendía encajonarlo en el nuevo organigrama como ministro. Se fue su mano derecha y tuvo que improvisar. También se fue dando un portazo José Luis Ábalos. No tragó con las aspiraciones del presidente, al igual que la vicepresidenta Carmen Calvo. La transversalidad del ejecutivo de Sánchez se entregó al PSOE caoba, como bien lo califica Redondo.

Los nuevos ministros han pasado sin pena ni gloria y algunos, como Félix Bolaños, han sido expertos en perder amigos y en meterse en charcos abriendo una crisis tras otra. Todo empezó en Murcia ocultando a Redondo esta operación, como reconocen fuentes socialistas y del PP, siguió con la reforma laboral, Pegasus, los líos con Cataluña y un largo etcétera. Los caoba se pusieron manos a la obra y se cargaron el Gobierno de coalición y empezaron a perder elecciones. Eso sí lo saben bien los Óscar López y Antonio Hernando, con la inestimable colaboración de “los Migueles”, la camarilla de asesores áuricos de Sánchez: Miguel Barroso y José Miguel Contreras. Desde 2014 no han ganado ni una sola contienda electoral presentando los fiascos como una inmaculada hoja de servicios. Sólo hubo victorias en el periodo 2018-2021. La última: con Iván Redondo a los mandos en Cataluña y con Salvador Illa pilotando el coche rojo.

Los caoba se cargaron el gobierno de coalición. Primero traicionando a Podemos. Después traicionando a Yolanda Díaz, mientras que la vicepresidenta se ufanaba y afanaba por traicionar a Podemos. Resultado: el erial. Sánchez reaccionó tras el 28M convocando nuevas elecciones. Le dijeron, algunos se vanaglorian de ser los artífices del consejo al presidente en los cenáculos madrileños y en círculos empresariales, de que una convocatoria sorpresa sería como el bálsamo de fierabrás: se cerrarían las heridas internas y se abrirían las puertas a los españoles que no quieren volver a la España en blanco y negro.

El debate, otro 10 de julio, era el momento. No lo fue. Sánchez no venció. A lo sumo empató y el empate no le servía. No fue el presidente, fue el aspirante. En lugar de ejercer de presidente pareció que entregaba el testigo a un Feijóo, que no era el cuñado repelente, sino un rocoso suegro, de buen suegro. ¿Y quién no le entrega el testigo al suegro? Sánchez protagonizó en el debate un final de época.

Sánchez trató de personarse. Su buen manejo de los datos no le permitió llevar la iniciativa en un bronco debate que solo retrataba las dos Españas. La de color y la de blanco y negro. Para que ganase la de color, ¡por dios el caoba no!, Sánchez debía ocupar el carril central para llevar el tráfico -los votantes- a la izquierda. No lo consiguió ni de lejos. Estuvo bien en el minuto de oro, pero en ese momento el pescado estaba vendido. Le entregó a Feijóo la victoria que el bipartidismo obtendrá el 23J. Feijóo no hizo nada, simplemente se aplicó a rematar el sanchismo y Sánchez le compró parte de su escenografía hasta el punto de meterse en el charco del Falcon sin mentar que el avión presidencial es una exigencia de seguridad de Europa, en el charco de Pegasus sin reaccionar a la afirmación de Feijóo “el juez ha archivado la causa por su ausencia de colaboración”, cuando la realidad es que el archivo viene motivado por la nula colaboración de Israel, y en el charco de sus pactos con Bildu, cuando el único que tiene acuerdos programáticos con Vox es Feijóo. Con Bildu, acuerdos puntuales en leyes. La izquierda abertzale es independentista pero, sobre todo, izquierda.

La novedad es que por primera vez variadas opiniones referentes e influyentes del PSOE, de todas las tendencias, sanchistas y antisanchistas, ministros incluidos, echaron de menos el trabajo en la sombra de Iván, su Jefe de La Moncloa. Parecía el Sánchez de 2016. Sin poso. Nada que ver con hace cuatro años. Irreconocible. El presidente estuvo rodeado por los mismos acompañantes de 2016 y apunta a que con el mismo resultado de entonces: una gran y dolorosa derrota en las urnas.

El 10 de julio volvió a ser gafe para Sánchez. Fecha imprescindible en su biografía. A Iván Redondo se le acabaron las incompatibilidades. A Sánchez le empezaron. En 2021, porque perdió el balón y el PSOE dejó de ser la izquierda. En 2023, porque renunció a ser de nuevo presidente. Pudo empatar el debate pero nunca lo ganó. Empieza su incompatibilidad con los españoles.