Debemos tener en cuenta, de entrada, que todo, lo que dice Carles Puigdemont es falso. No digo que sea falso, sino que debemos pensar que lo es. La mejor táctica con Puigdemont --y con cualquier tipo que tenga en la mentira su máxima ambición-- es pensar que siempre miente. Esa es la política adecuada con los mentirosos compulsivos, aunque le hayamos pedido la hora, si dice que son las cuatro de la tarde, hemos de creer que son las diez de la mañana. Pensemos siempre que miente. Si los catalanes que en su día le votaron, hubieran aplicado esta sencilla estrategia, se hubieran ahorrado el disgusto de estar esperando en vano la independencia. Era mentira, como todo lo demás que anunció, empezando por la Europa que esperaba con ansia que España de desgajara.

Que Puigdemont revele ahora que el gobierno de Sánchez le ha ofrecido el indulto unas cuantas veces, debe ser tomado también como mentira, sea verdad o no. Tomar como embuste cualquier cosa que salga de su boca no puede causarnos ningún mal, lo máximo que puede suceder es que en alguna ocasión diga la verdad y no nos lo creamos, pero da igual, esa verdad no será importante, la gente insignificante suele decir cosas insignificantes. Lo esencial de este caso no es que Puigdemont asegure que el gobierno le ofreció el indulto, sino qué pretende diciéndolo, sea verdad o mentira.

Propusiera o no el gobierno español dicho indulto, es lo de menos. Lo que cuenta es que, propagando tal bulo --o tal realidad-- en plena campaña electoral, Puigdemont favorece al PP, e incluso a Vox, que es lo que pretende. Dicho sin tapujos: a Puigdemont y a Junts les interesa que el próximo presidente español sea del PP, mucho mejor si es contando con el apoyo parlamentario de Vox. Haciendo pública la propuesta de indulto, Puigdemont busca perjudicar al PSOE y a Podemos. Que tal oferta haya existido o se la haya inventado, tanto da, lo que interesa es pregonarlo.

Al independentismo le conviene el enfrentamiento, y eso lo asegura mucho más un gobierno de derechas, no digamos si Vox forma parte de él. No es casualidad que, en los últimos días, el mismo Rufián se haya dedicado a atacar con más ahínco a Yolanda Díaz que a Abascal o Feijóo. Desde que Pedro Sánchez está en el poder, el procés se ha disuelto como un azucarillo, la desmovilización entre sus fieles es total, a cada elección los partidos soberanistas van menguando en diputados, alcaldías, votos y seguidores. Algo había que hacer para revertir tan peligrosa situación, peligrosa en el sentido de que hay mucho dinero en juego y se arriesgan a perderlo. Y ese algo sólo puede ser regresar al conflicto. A los catalanes, más que luchar, lo que les gusta es perder, y más todavía el martirologio. Pocas veces se ha visto a los catalanes disfrutar tanto como cuando recibían porrazos de la policía, cuando les juzgaban en el Supremo o cuando les iban cayendo --sin prisa, pero sin pausa-- sentencia tras sentencia.

Hay que regresar al martirio, es la única forma de mantener viva la llama. Cuando el Rey visita Gerona, los independentistas consiguen reunir a un centenar de desocupados en una acción de protesta, que no es que sean muchos, pero algo es algo y por lo menos TV3 tiene unas imágenes que mostrar. Si no fuera por las visitas del Rey a Cataluña, ni eso, pero hay que comprender el pobre hombre tiene otras ocupaciones que atender, no puede estar viniendo siempre para contentar a los independentistas. La única esperanza es que un gobierno de derechas nos vuelva a movilizar. Si nos pegan, mucho mejor, pero si eso no es posible, por lo menos que metan a alguien en la cárcel. Si para conseguirlo hay que hacer campaña en favor del PP, ahí tenemos a Puigdemont dispuesto.