Unas elecciones municipales son siempre una oportunidad para otear oportunidades, carencias y necesidades, el mejor escenario posible para analizar el pasado e identificar los retos pendientes.

Cuando analizamos los desafíos que Barcelona tiene, constatamos que la mayoría de sus respuestas --la planificación territorial, las necesidades de movilidad, la falta de vivienda, la agenda medioambiental y energética…-- deben tener un enfoque que va más allá de la ciudad. La respuesta debe ser metropolitana, como mínimo. La gestión de los residuos y el transporte o la movilidad son buenos ejemplos de esta idea. La aprobación del plan director urbanístico metropolitano debería ir en la dirección de coordinar necesidades y respuestas.

El debate sobre la demanda de políticas metropolitanas no puede esconder las carencias que en la actualidad la administración de Barcelona presenta a la ciudadanía en el ámbito urbanístico.

Tomemos como ejemplo lo que ocurre con los retrasos en la concesión de licencias y la poca eficacia y eficiencia en su tramitación de permiso de obras. Esto genera un grave perjuicio a los operadores al no ofrecer seguridad en tiempo y forma. La obligatoriedad de disponer de una reserva del 30% de vivienda protegida en suelo urbano consolidado, que ahora se quiere flexibilizar, y su forma de desarrollo ha generado el efecto contrario a su inspiración inicial. Es decir, el de facilitar más vivienda asequible. Todo ello ha acabado generando pequeñas perversiones.

Muchas son las causas y origen de estas situaciones (apartamentos turísticos, inflación, etc.), pero sin una voluntad clara de diálogo entre los diferentes agentes implicados no se avanzará. Las respuestas no pueden ser teóricas sin tener en consideración los efectos nocivos que pueden generar.

Otro elemento que estudiar es la necesaria coordinación del transporte público y la movilidad urbana e interurbana. Es decir, cómo se relaciona con las zonas de aparcamiento disuasorio y el uso de los párkings para facilitar el transporte de proximidad o del llamado km 0. La recuperación de zonas verdes en el ensanche mediante la intervención en las actuales interiores illas del Eixample, en el caso de Barcelona, son ejemplos posibles. Con todo, para llevar a cabo estos planteamientos se necesita una visión global que integre la realidad de la ciudad con su entorno inmediato, la llamada metrópoli real que va más allá incluso de los límites de los 36 ayuntamientos que en la actualidad configura institucionalmente el Área Metropolitana de Barcelona (AMB).

La metrópoli no son solo los problemas de la ciudad grande, son los que también acumulan las diferentes realidades municipales, y está claro que las intervenciones en el marco ciudad repercuten en la metrópoli. Cada localidad tiene en su ámbito territorial la máxima autonomía sobre qué tipo de infraestructuras o equipamientos se quieren instalar y desean. Ello conlleva mucho diálogo de compensaciones.

El liderazgo de Barcelona es indiscutible, pero, para bien o para mal, condiciona con sus acciones todo el hacer de un territorio que congrega a casi la mitad de la población de Cataluña. Las relaciones de la capital catalana con su hinterland inmediato son esenciales para proyectar la ciudad más allá de su marco estrictamente geográfico. Y la proyección exterior debe incorporar a Cataluña y España. Sin los miedos y cortapisas que se han generado en otros momentos de la historia reciente. No vamos sobrados de recursos.

Sumar y poner las luces largas es imperativo. Es desafío es global. Nuestros competidores en la captación de recursos e iniciativas, no están muy lejos. No podemos perdernos en debates existencialistas. Nadie regala nada gratis. O se suma, o se pierde. La metrópoli real y Barcelona se juegan el futuro. Pensar, estudiar planificar en clave metrópoli es más necesario que nunca ante problemas innegables como el cambio climático, la movilidad, la vivienda o el modelo económico, entre otros. Debemos trabajar en los usos y abusos de las ciudades y su impacto en la vida cotidiana.