La persecución judicial por motivos políticos de la que está siendo objeto Donald Trump, me recuerda a la de Laura Borràs. O vez la de Laura Borràs me recuerda a la de Donald Trump, no está uno para averiguar si fue primero el huevo o la gallina, sin que con ello esté diciendo que la Borràs es un ave de vuelo corto y tan valiente como éstas. Que lo es. Tan falsamente política es esa persecución en un caso como en otro, lo que ambos intentan es desviar la atención de los delitos que cometieron. Y evitar el trullo, que no es poco. Algo tendrá que ver también con mi dificultad para distinguirlos, el hecho de que -para dárselas de cosmopolita- la corrupta expresidenta del Parlament use a menudo el vocablo “lawfare”, anglicismo que quiere poner de moda y no hay manera, sigue sin utilizarlo nadie más que ella. No lo pronuncia ni el mismo Trump, y eso que habla inglés, eso dicen por lo menos.
Es tan asombroso el parecido entre ambos populistas, que cuando aparece Trump en la tele, veo ya una mariposa amarilla en su solapa, y cuando aparece en pantalla Laura Borràs, veo ahí un flequillo de color anaranjado. Ya no sé si quien visita a Puigdemont para rendirle pleitesía es Trump, y quien juega al golf en New Jersey es la Borràs manejando una escoba. Los realizadores televisivos deberían incluir un cartelito identificativo cada vez que uno de los dos sale en las noticias, para que los espectadores tengamos algún indicio de quién es quién. Ambos se creían impunes y ambos han acabado procesados, ya no les queda más que hacerse las víctimas de una conspiración. Si alguien percibe alguna diferencia entre los dos, ruego me la comunique, que eso de vivir en perenne confusión me agota.
Ni al uno ni a la otra les persigue nadie más que el Código Penal, pero según parece, eso de llevar a cabo perrerías ilegales y, en cuanto te pillan, escudarse en que los jueces te persiguen por tus ideas, es táctica que se usa a ambos lados del Atlántico. Hay que reconocer que, si te atrapan en flagrante delito, lo de hacerse pasar por víctima de una conspiración judicial es el único recurso que le queda a uno. Un preso político tiene un status que no tiene un preso común, incluso los funcionarios de prisiones le guardan cierto respeto, por lo menos así sale en las películas. Con un poco de suerte, e insistiendo en que es presa política, igual las guardias de prisiones tratan a la Borras de Doña Laura, esas cosas siempre hacen la estancia entre rejas más agradable, incluso puede acabar de encargada de la lavandería, que es lo más parecido que va a encontrar de aquí en adelante a presidir el Parlament. Lo de llamar Don Donald a Trump lo veo más difícil por la cacofonía, pero eso da igual, el caso es hacerse pasar por perseguido político, primero, y por preso político después, cuando ya entras a la trena.
Borràs y Trump, como víctimas de conspiraciones, deberían unificar estrategias. Dos pueden mucho más que uno, tendrían que comparecer juntos ante la prensa y asegurar, cogidos de la mano, que son víctimas del club Bilderberg, que no tengo ni idea de lo que es, pero siempre impresiona. O de George Soros. O de Bill Gates. O del Ibex 35, ese es otro a quien siempre se le pueden echar las culpas sin que proteste. El caso es no reconocer que son vulgares chorizos. Aunque, claro, si ya actualmente se me hace imposible diferenciar uno de otra, si comparecen juntos voy a creer que la Borràs se dedica a sobornar a actrices porno con la que mantuvo relaciones, para que no las haga públicas, y que el bueno de Trump fracciona contratos para beneficiar a sus amigos. O tal vez fue realmente así, yo ya no sé, llevo mucho lío en la cabeza.