No sé si lo habrán pensado alguna vez, pero lo cierto es que en un mundo perfecto, platónico, de inefable bondad, belleza y armonía, no votaríamos jamás; apenas necesitaríamos urnas, porque El Consejo de Sabios de barba luenga, que no Gobierno, envejecería en sus sitiales mejorando las condiciones de vida de esa sociedad edénica, exenta de manzanas podridas y serpientes, sin que tuviéramos que preocuparnos por nada más allá de la obligación de ser felices y llevar vidas productivas y satisfactorias. Pero, ¡ay!, aquí seguimos, más cerca del primate que del ángel, confiando en politicastros que son la máxima sublimación de todos nuestros atávicos defectos como especie.
Lamentablemente, debido a ese cúmulo de nefastos agregados psicológicos y notoria miseria moral, los ciclos políticos acaban siempre con una de esas ecpirosis griegas que tanto fascinaban al gran Umberto Eco. Ecpirosis. Gran palabrota que supone el fin de un ciclo cósmico; la consunción por fuego; la reducción a cenizas; la deflagración abrasadora; la destrucción total y absoluta... Lo del 28M fue una ecpirosis en toda regla. No lo duden. El adagio latino lo deja muy claro: "Igne Natura Renovatur Integra", o vertido a román paladino: "El fuego de la naturaleza lo renueva todo".
Pero quizá será mejor descender a lo coloquial, y decir que un paquidermo inmenso, un colosal proboscidio, azuzado por el hartazgo endémico de Juan Español Medio —y todos nos llamamos Juan y nos apellidamos Español Medio— entró el 28M en tromba en cacharrería, reduciendo a añicos la vajilla y toda la cristalería de Bohemia.
Javier Lambán, a estas horas ya expresidente del Gobierno de Aragón, lo pone aún más fácil: "El tsunami que ha arrasado en otras comunidades de España nos ha arrasado también a nosotros". Y también se lamenta amargamente Andoni Ortuzar, del PNV, que se siente traicionado: "Todos los que hemos estado alrededor de Sánchez tenemos la sensación de que somos clínex para él; nos usa y nos tira". Y es que los efectos colaterales del 28M son innumerables. Uno de los más indeseables es que EH Bildu ha sumado 120 concejales a sus listas —1.051 en total— y pone en peligro la hegemonía del PNV en el País Vasco, al que ya le pisa los talones.
Estas son cosas que ocurren cuando un Gobierno, condenado al más absoluto olvido, le da capas de barniz democrático a una formación que se ha presentado a los comicios con un montón de filoetarras en sus listas y con unos cuantos asesinos con las manos manchadas de sangre.
Pero volvamos al tsunami provocado por la ira de Juan Medio Español, que lo ha dejado todo calcinado con su voto molotov, colérico y plebiscitario, no ya contra el PSOE, que también, sino sobre todo contra Pedro Sánchez. Ahí tienen a los supervivientes —bueno, a casi todos— sacando maltrechos la nariz entre los escombros, sin saber qué hacer, qué rumbo tomar y qué excusa dar para no dimitir tras tanto barco hundido y tanta honra perdida. Porque en estos comicios no sólo se ha ido a pique toda la armada socialista, con casi todos sus puertos y caladeros refugio; también se han hundido, atrapados en ese inmenso remolino, todos los esquifes, falúas y chalupas en las que vivía a cuerpo de rey esa tóxica y aborrecible "izquierda más allá de la izquierda", que es forma perifrástica que elude el término extrema izquierda, porque aquí, no lo olvidemos, los únicos extremistas, radicales, peligrosos y malos de solemnidad son los de Vox.
El hundimiento general del PSOE ha supuesto que los Ciudadanos de Inés Arrimadas desaparezcan del mapa —este nunca ha sido, tristemente, país para partidos liberales—, que impotentes han visto cómo sus votos eran absorbidos, en aras de la utilidad, por el PP y por Vox. A resultas de eso la formación naranja ya no concurrirá a las generales. La debacle consume también las pocas brasas que quedaban de Podemos ante la rabia mal contenida de Pablo Iglesias —"¡Ese eslogan, el eslogan de que te vote Txapote tiene la culpa!"—, dejando a la Ninistra de Odio Igualitario, Irene Montero, y a Ione Belarra, Ángela Pam Rodríguez, Pablo Echenique y resto de casta parasitaria ante el dilema de emigrar a Venezuela en vuelo low cost o subirse a toda pastilla a esa almadía de Medusa que va a ser el Sumar de Yolanda Díaz, un kindergarten feliz lleno de toboganes y piscinas de pelotitas de colores en el que seguir jugando al adoctrinamiento de niños, niñas y niñes y al odio de género. Obviamente en esa balsa salvífica de la exvicepresidenta tucán tiene el puesto y el chuletón de Ávila asegurado Alberto Garzón, porque este país no puede permitirse perder a tan insigne lumbrera. Que los grillos y otros insectos van a ser pan nuestro de cada día y necesitados estamos de consejo gastronómico. Por descontado también habrá chaleco salvavidas para Ada Colau, que a lo mejor acaba refugiándose en Madrid, aunque ahora mismo lo niegue en redondo. Ya veremos, aunque eso sí: si al final va y se suma será sólo por 18 meses y ni uno más, como Rufián, que por cierto está cabizbundo y meditabajo porque la operación Santa Coloma de Gramanet le ha fallado por completo ante una imbatible Núria Parlon del PSC.
Capítulo aparte merecen, entre los muchos damnificados por el descalabro electoral, los partidos independentistas catalanes, vapuleados a base de bien. Entre la convulsión general y la tremenda abstención del votante nacionalista, se han quedado todos a cuadros. Carles Puigdemont apenas logra sobrevivir en sus escasos feudos; la ERC de fray Oriol Junqueras queda seriamente tocada, pero no hundida, y seguirá mareando la perdiz, que es cosa sabida que contra el PP se agita más y mejor. Los chicos de la CUP, por su parte, se han subido a su flagoneta y han optado por despeñarse desde lo alto de un risco. Adiós, procés, adiós. A excepción de Barcelona, donde Xavier Trias parece que se va a quedar con la alcaldía, el color político de Cataluña es el del PSC, que también recibió votos útiles del centro-derecha constitucional ya que en más de la mitad de los pueblos de Cataluña no había candidaturas de Ciudadanos, PP o Vox.
Como no podía ser de otro modo, el que salva el pellejo, o gana tiempo como buen discípulo que es de Niccolò di Machiavelli, es nuestro resistente presidente Pedro Sánchez. Fue el más rápido a la hora de reaccionar. No esperaba que un huracán de tal magnitud le dejara más desnudo que a Lady Godiva sobrevolando las calles de Coventry a lomos de un Falcon blanco. Tuvo claro que debía hacer algo antes de que la ejecutiva federal del PSOE optara por convocar con carácter de máxima urgencia una asamblea extraordinaria en la que lo hubieran vapuleado y defenestrado sin piedad alguna ante semejante estrapalucio. El Partido Sanchista lo ha perdido prácticamente todo. Y para Pedro, un Houdini del escapismo político, la solución, el último cartucho en la recámara, pasaba por convocar elecciones anticipadas. Se celebrarán, ya lo saben, el 23 de julio, con casi la mitad de los españoles en plenas vacaciones. En un solo día más de 30.000 personas ya han solicitado votar por correo. Y ya más de uno ha bromeado en redes sociales con la posibilidad de contratar a un transporter tan fiable como Jason Statham a fin de que su papeleta llegue inviolada a la urna.
Con esta súbita maniobra a lo loco Iván Pedro Sánchez confía en arrastrar a toda la izquierda más allá de la extrema izquierda de su zurda estupidez a un voto plebiscitario y útil a su persona, que es, junto a su colosal talla como estadista, cautivadora e irresistible. Porque así se lo dice el espejito, espejito mágico cada vez que se pone de perfil ante el azogue, y porque está íntimamente convencido, cual Luis XV de pacotilla, de aquello que dicen que dijo el monarca francés. Ya saben… "Après moi, le déluge".