Entre los miles de personas que no soportan a Irene Montero, hay una que tiene en sus manos el futuro político de la actual ministra de Igualdad. Se trata de Yolanda Díaz, abanderada del proyecto Sumar (sonaba mejor que Acabar con Podemos), quien se perfila como la mandamás de la izquierda de la izquierda en España (para desesperación del fundador de Podemos, Pablo Iglesias, que se pasa la vida acusándola de matonismo y de competencia desleal, pero como dejó de ser vicepresidente del Gobierno todavía no se sabe muy bien por qué, pues como que nadie le hace mucho caso, ¿no?). A fuerza de empalmar meteduras de pata (destaquemos la brillante ley del solo sí es sí, que consiguió los resultados opuestos a los apetecidos al estar redactada con salva sea la parte, según la judicatura, o a la evidencia de que los jueces, aunque la mitad sean mujeres, son todos unos machistas, según la señora ministra), Irene Montero no solo ha logrado que la odie la derechona (cosa previsible y hasta obligada), sino que también se ha convertido en la piedra en el zapato del sector más razonable de la izquierda a la izquierda del PSOE, donde ya no pueden más de sus salidas de pata de banco (o de las de su segunda de a bordo, la inefable Ángela Rodríguez, alias Pam, la mujer que dice que las raíces cuadradas no sirven para nada o que es más feminista masturbarse que acostarse con un hombre, entre otras perlas del pensamiento contemporáneo).

Ante la situación, y abordándose la posible confluencia de Sumar y Podemos, Yolanda Díaz ha visto meridianamente clara la necesidad de librarse de Irene y su cuadrilla de frikis empoderadas. De momento, Ione Belarra exige la presencia de la otra niña de El resplandor en las listas conjuntas, pero no está muy claro que lo vaya a lograr. En la recién celebrada consulta interna de Unidas Podemos para ver si el partido se sumaba a Sumar (valga la redundancia), el 93% de los votantes se ha mostrado favorable a esa posibilidad (más que nada, porque los podemitas parecen estar siguiendo el mismo camino que los de Ciudadanos hacia el desastre y/o la desaparición: a la fuerza ahorcan). Intuyo que Montero formaba parte del 7% restante.

Si nos paramos a pensarlo un poco, veremos que la popularidad de Díaz no se basa en nada concreto, más allá de no irritar a nadie con la eficacia con que lo han hecho Montero y sus amigos, amigas y amigues (como si no hubiera bastante con Irene y Pam para arruinarlo todo, hay que tener presente la ayudita para la catástrofe siempre ofrecida por Pablo Echenique). ¿Quién es, de hecho, Yolanda Díaz? Pues una comunista gallega fashionizada que pregona un progresismo amable a base de sonrisas, que no trata a los empresarios como si fueran leprosos, que hace como que escucha a todo el mundo y que nos augura un futuro chupiguay a todos si le prestamos nuestra confianza. En teoría, aspira a la presidencia del Gobierno español. En la práctica, yo diría que se conforma con el objetivo original de Ciudadanos, ejercer de partido bisagra, y con echar una mano al PSOE cuando sea necesario para evitar que gobierne el PP. Y es que Yolanda, a diferencia de Irene –que aún se ve capaz de asaltar los cielos, la pobre—, se ha dado cuenta de que el bipartidismo ha vuelto para quedarse, si es que alguna vez se fue. En tal situación, la presencia de Montero en las listas de Sumar es veneno para la taquilla.

Mientras su futuro pende de un hilo, a Irene Montero le ha caído otra desgracia encima. El Tribunal Supremo la obliga a pagar 18.000 euros a un caballero al que tildó de maltratador después de que la justicia indultara a su exmujer, que, prácticamente, había secuestrado al hijo que tenían en común. Además de alegrarse del indulto, la señora ministra le colgó el sambenito de maltratador al hombre que le caía más cerca, quien ahora parece que no lo era. Otra metedura de pata de nuestra heroína en la línea a la que nos tiene acostumbrados: es lo que tiene hablar más rápido de lo que se piensa, si es que se piensa…