Putin dijo que quien controle la inteligencia artificial controlará el mundo y en eso están Estados Unidos y China. No solo la inteligencia artificial, sino todas las tecnologías punteras, quantum, biotecnologías, fusión…

La geoestrategia es hoy tecnológica. China lleva años preparándose para ser el líder del mundo gracias al control de la tecnología, creando sus propias cadenas de valor, formando sus propios tecnólogos, sus propias empresas tecnológicas, su propia red de internet, su yuan digital, el nacionalismo tecnológico. Están comprando lo necesario, puertos, minas, cables submarinos y conocimiento para controlar y asegurar su abastecimiento, producción y comercialización para ser autosuficientes (China primero) y, después, vender al mundo.

Estados Unidos ha reaccionado con una política protectora, empezando por expulsar empresas chinas como Huawei, después controlar TikTok y ahora la gran empresa de ciencias de la vida BGI, además de fortalecer de nuevo su propia industria y, por supuesto, reforzar sus propias compañías.

Sea en manos del Gobierno chino, sea en manos de las principales empresas del mundo americanas lo que es cierto es que en Europa somos dependientes y el mercado es el planeta y es tecnológico. La deslocalización de la industria y la falta de inversión e incentivos en innovación y en el desarrollo de nuestra propia tecnología durante años nos está llevando a situaciones como la dependencia de semiconductores o de nuevas fuentes de energía, por ejemplo. Según el informe La Sociedad Digital en España 2023, de la Fundación Telefónica, solo seis empresas americanas generan más del 50% del tráfico de internet y por tanto urge desarrollar una propuesta legislativa que aborde dicha concentración si no queremos ser dependientes. El problema es que la dependencia se da en muchos otros campos y ahora estamos hablando de la soberanía tecnológica en salud por la carencia de principios activos y antibióticos para niños en la propia Alemania, durante años líder en industria farmacéutica. No es extraño que la situación no mejore si el nuevo marco de trabajo de la Comisión desincentiva la inversión en innovación en este campo.

Este nuevo paradigma refleja un sistema en el que el poder y la toma de decisiones se concentran en manos de élites tecnológicas, a menudo guiadas por algoritmos e inteligencia artificial que están integrados de manera fluida en todos los aspectos de nuestras vidas, y es aquí donde surge el concepto de una planetocracia tecnológica.

Por un lado, la tecnología ofrece el potencial de una gobernanza más eficiente, toma de decisiones basada en datos y soluciones innovadoras a problemas globales complejos y aquí surgen iniciativas como la Web5 u otras basadas en la descentralización y el blockchain. Sin embargo, también plantea preocupaciones sobre la equidad, la privacidad y la concentración de poder en pocas manos y con actores no escogidos democráticamente. Debemos esforzarnos por establecer un equilibrio entre los avances tecnológicos y la preservación de los valores humanos, la ética y la diversidad.

Europa se encuentra en plena vorágine regulatoria, la Chips Act, la IA Act y ahora la soberanía farmacéutica basándose en el respeto a dichos valores. El problema es que la influencia de una planetocracia tecnológica se extiende más allá de la gobernanza. Permea diversos sectores como la salud, la educación y el comercio, reconfigurando la forma en que vivimos, trabajamos e interactuamos.

A estas alturas, es necesario examinar críticamente los impactos del dominio tecnológico en las estructuras sociales y luchar por un futuro que beneficie a todos los miembros de la sociedad, no solo a unos pocos privilegiados, pero eso también pasa por fortalecer nuestra propia industria y apostar por la innovación y la educación como herramientas de empoderamiento y construcción masiva.

Es fundamental esforzarnos porque la tecnología sea una herramienta que respete los principios democráticos, salvaguarde los derechos humanos y promueva un acceso equitativo para construir un futuro sostenible e inclusivo. El neurocientífico Abhijit Naskar habla de la responsabilidad tecnológica que debemos exigirnos como humanidad, pero sobre todo a aquellos a los que permitimos ostentar el poder en esta planetocracia tecnológica.