La Valencia roja del Botànic cae cuatro años después de haber liquidado al PP de Camps y Zaplana. Se precipita el gran bastión de la izquierda y Ximo Puig abandona la capital del Turia en dirección al exilio. El bloque de la derecha empieza a repartir cargos contando los días que le faltan para ocupar la Moncloa. Aquí no funciona aquello de “es la economía, imbécil”, la frase acuñada en 1992 por James Carville, consejero de Bill Clinton. En España lo que cuenta es el modelo de nación con una mayoría dispuesta a castigar al sanchismo por sus pactos con los soberanistas catalanes, con Podemos y con Bildu, cuya reciente crisis perjudica al PNV y fortalece a Otegi dentro de Euskadi. Parece que, a la hora de votar, la gente se pregunta si ETA está viva todavía en Almendralejo de arriba o en Zahara de los Atunes. La trasnochada España metafísica tiene más peso que el PIB.
Podemos ha caído confirmando la endeblez de sus dirigentes en la toma de Pingarrón de Morata de Tajuña, por ejemplo; los nacionales atraviesan el Jarama y Ayuso entra en Chamberí con una corona de laurel. Yolanda es un vuelo elegante, pero vacío, sin la maquinaria territorial de Unidas Podemos. Por su parte, Pere Aragonès, el president, que gobierna Cataluña en minoría, afronta el futuro con ERC hundida en las municipales y con el partido sin liderazgos claros. Una vez más, Esquerra recibe la gran bofetada cuando las cosas se ponen serias.
Núñez Feijóo sale ganador y cruza el Ebro, mientras Oriol Junqueras en su noche triste afirma que todavía tiene “más de 350 municipios en Cataluña”; y Josep Pla, armado con la lucidez de René de Chateaubriand, exclama desde ultratumba: “¡Los pequeños municipios son la gangrena interior!
Al adelantar elecciones para evitar una agonía de seis meses, Sánchez aplica su Manual de Resistencia, el libro publicado en 2019, resumido así: “Cuando pierdo, me crezco”. El 23 de julio será un plebiscito. Feijóo y Borja Sémper dicen que la moderación se impone al grito, pero quien más grita está en su rellano: la dupla Ayuso-Almeida que ha renovado la fórmula Aguirre-Gallardón de 2011, con un reguero de casos de corrupción no juzgados por la ausencia de plazas de magistrados provocada por la no renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).
Pablo Iglesias propone ahora un frente común alrededor de la figura de Sánchez; quiere decapitar a Yolanda antes de empezar la segunda vuelta; la mascarada del deportivo Magariños, presentando el proyecto de Yolanda sobre un fondo de desunión, fue un error que ahora se paga caro. Belarra habla de iniciar una colaboración con Sumar; pero a buenas horas mangas verdes. Los líderes izquierdistas se odian entre ellos y en cambio Vox es como las judías, se quedan en la mesa, aunque Feijóo no se las coma. La coalición de Gobierno PSOE-Podemos ha sido un descalabro; el rencor del izquierdismo enano ha desmontado los derechos civiles de la diferencia y ha destruido la unidad del movimiento feminista. Menos mal que esta crisis servirá para limpiar el gabinete de las taifas. El mundo de la Nueva Política hinchó la burbuja del 2015 y ha acabado reventando el globo. Solo sobrevivirá el caucus de Ada Colau, si pacta con el PSC y cede la alcaldía de Barcelona a Collboni, que ha ganado en 35 barrios de la ciudad, frente a los 17 de Colau y 21 de Trias.
El adelanto electoral de julio cuenta con cifras que lo justifican: los 600.000 votos de ventaja ganados por el PP no son el millón y medio de ventaja que obtuvo Rajoy en las municipales anteriores a su mayoría absoluta de 2011. Todavía hay partido, pero el rodillo de la derecha avanza incontenible. La renuncia de Albert Rivera generó la entrada de Vox en el arco parlamentario y solo un lustro más tarde Santiago Abascal le exige a Feijóo la vicepresidencia del Gobierno. Cuando Ximo Puig llega a la frontera, Moscardó está a punto de tomar Barcelona. El izquierdismo es incapaz de levantar el estandarte de la España constitucional, fruto de tantos sinsabores. Pero el 28M ha expresado el fin de la tiranía de la izquierda tóxica…