Estudié en esos colegios, tan burgueses, de tan buena reputación, a los que no entraba cualquiera, y conocí personalmente a varios de los hermanos y padres jesuitas que en ellos impartían enseñanza y que ahora están acusados de pederastia. Recuerdo una humorada de uno de ellos, que era prefecto (o sea, jefe de estudios). Un condiscípulo mío le dijo: “Padre perfecto…”, a lo que él con ironía respondió, desde detrás de sus gafas negras: “Chico, no hay ningún padre perfecto…”.

Desde luego que no. De cierto cura que sale en la lista de los réprobos me cuesta creer que se rebajase a eso, pero son tantos los testimonios de los exalumnos que casi se puede descartar que sea conveniente una investigación de la doctora Elizabeth Loftus, que es una de mis heroínas de la vida real por sus iluminadores estudios y experimentos sobre las arbitrariedades de la memoria y la asunción de falsos recuerdos.

Algunos casos además han sido corroborados por la investigación de la misma Compañía de Jesús. Pienso concretamente en uno muy notorio, ya fallecido. Era un hombre bajito, feo, inteligente, en estado de alerta, y parece ser que un consumado depredador sexual de niños y niñas. Llegó bastante arriba en la jerarquía escolar. Hace unos años me llegó noticia de que a consecuencia de varias denuncias había sido expulsado ignominiosamente de la Compañía de Jesús, y alguna vez que pensaba en él (por cierto, sin ninguna simpatía, le recordaba bien) lo imaginaba convertido en seglar, en precaria supervivencia fuera del amparo de la orden, convertido en un paria. Lo imaginaba con una chaqueta gris muy rozada, brillosa en los codos y con los hombros salpicados de caspa, lo veía solo, derrotado, rumiando su culpa y su desgracia, tomando copas en Boadas. Luego se perdía en las calles más tortuosas y oscuras del Barrio Chino… En fin, yo hacía mi literatura mental. Pero ahora se ha sabido que el colegio le dio una fiesta, o una cena, de despedida, y que fue alejado del escándalo enviándole a Bolivia, donde siguió con sus prácticas repugnantes ¡mientras impartía clases sobre ética sexual!

La publicación (en El País), días pasados, del diario personal del también difunto padre Alfonso Pedrajas, donde confesó sus tristísimas y dañinas andanzas y volcó sus angustias por lo que él hacía sabiendo que era pecado, sin que la conciencia del daño que estaba causando le frenase, es desoladora. Después de los niños y niñas inocentes que sufrieron los abusos de estos pastores viciosos y quedaron afectados en su psique quizá para siempre, lo segundo peor de estas noticias es que apuntan a una excesiva, compasiva tolerancia, rayana en la complicidad, de las órdenes religiosas hacia sus miembros descarriados: más simpatía con el depredador que por sus víctimas.

Algunos de estos abusadores, torturados por el sentimiento de culpa que les daba la conciencia del daño que infligían a sus tutelados, encontraban en la dogmática redentora de la religión católica recursos para perdonarse a sí mismos: confesión de los pecados, propósito de enmienda (o sea, de resistir la diabólica tentación cuando volviera a presentarse), cumplir la penitencia…y uno volvía a quedar limpio de todo pecado, hasta el próximo combate, que libraría y perdería.

Todo esto es inaceptable, y en buena parte una consecuencia de la castidad preceptiva para los servidores de la Iglesia. Muchos de estos religiosos pederastas no lo son por una especial atracción hacia los niños, sino porque son para ellos más accesibles que los adultos. Dentro de la misma Iglesia, y de la misma Compañía de Jesús, son muchos los que saben que el voto de castidad y la exigencia del celibato son antinaturales y estúpidos, y que si se ha mantenido durante estos siglos su exigencia es, entre otros motivos, por evidentes razones económicas. Es algo que tiene que cambiar. Esto que es no puede ser.