Ya nos queda muy lejos el debate de las criptomonedas y el blockchain o el metaverso y la realidad virtual. Ahora parece que la inteligencia artificial se ha convertido en el nuevo enemigo de la humanidad. Nos invaden un sinfín de artículos alertando de los potenciales problemas que puede generar la inteligencia artificial y... ¡lo entiendo perfectamente! Estamos a las puertas de una nueva revolución tecnológica y, como toda revolución, genera incertidumbres, miedos y escepticismo, pero, en mi opinión, la inteligencia artificial va a mejorar la vida de la humanidad.
Antes de entrar en materia, pongámonos en contexto. La inteligencia artificial nace en la década de 1950. El término se acuñó oficialmente en una conferencia impartida en 1956 en Dartmouth College y consiste en desarrollar sistemas que puedan aprender, razonar, percibir, comprender, interactuar y tomar decisiones de manera similar a los seres humanos.
Desde entonces la tecnología ha ido evolucionando y, en los últimos años, ha experimentado grandes avances con una mayor capacidad de aprendizaje y comprensión; pero ya hace mucho tiempo que estamos interactuando con inteligencia artificial (más o menos “inteligente”).
Simplificando mucho, hay dos grandes tipos de inteligencia artificial:
● IA débil: está diseñada para realizar tareas específicas de manera muy eficiente y consiste en un conjunto de reglas lógicas que guían el comportamiento de un sistema. Este tipo de inteligencia no es capaz de razonar, pero, sin duda, puede hacer tareas de forma más eficaz y más eficiente que los humanos. Algunos ejemplos de buenos usos que se le están dando son: detección de anomalías en radiografías, clasificación de materiales en una planta de reciclado y optimización de las rutas de logística para reducir la contaminación.
● IA generativa: tecnología enfocada en la creación de modelos y sistemas capaces de generar contenido nuevo y original, como imágenes, música, texto, vídeos, entre otros. Estos sistemas utilizan algoritmos y técnicas de aprendizaje automático para aprender patrones y estructuras a partir de un conjunto de datos y, posteriormente, generan nuevas instancias basadas en ese conocimiento adquirido. Esta última es la que está generando más controversia por los distintos “usos” que se le puede dar.
Entonces ¿tenemos que frenar el desarrollo de la inteligencia artificial?
Desde mi punto de vista, tenemos que legislar y establecer unas reglas del juego, pero no deberíamos frenar su desarrollo. Y para la tranquilidad de todos, la Unión Europea está trabajando en una ley que regule el uso de la inteligencia artificial.
La mayor revolución tecnológica de las últimas décadas ha sido internet y, desde entonces, la legislación siempre ha ido un paso por detrás, pero también ha acabado estableciendo, evolucionando y matizando las leyes que han regulado esta industria (y otras industrias afectadas).
La tecnología, evidentemente, ha hecho progresar a la humanidad y, en muchos sentidos, ha mejorado nuestras vidas: hablar con amigos y familiares a distancia, tener muy clara la ruta para llegar a tu destino, acceder a cualquier contenido desde cualquier parte del mundo…
Los casos de uso de la inteligencia artificial son infinitos (y sólo podemos imaginarnos unos pocos); desde vehículos autónomos, el despegue y aterrizaje automático de los aviones (que hace muchos años que existe), hasta la atención médica y diagnóstico de pacientes, pasando por la automatización de la logística, contabilización de facturas, atención telefónica, asistentes virtuales…
¿Significa esto que las máquinas van a sustituir a los humanos y se van a perder puestos de trabajo?
¡Por supuesto! Y, en la mayoría de ocasiones, serán capaces de hacerlo mejor y más rápido. Pero esto tampoco es ninguna novedad. En la historia de la humanidad toda revolución ha supuesto la pérdida de muchos puestos de trabajo: el farolero (persona encargada de encender y apagar faroles o lámparas de iluminación pública) con la llegada de la electricidad, el sereno (figura que históricamente se encargaba de la vigilancia nocturna de las calles y edificios en ciudades y pueblos) con las puertas automáticas, o departamentos de mecanógrafos para generar las facturas y mandarlas por correo ordinario con la digitalización de las facturas y el correo electrónico.
Como contrapartida, también se han creado nuevas profesiones que hace menos de una década no existían. Tampoco es posible negar las externalidades negativas que ha generado para la humanidad el nacimiento de las nuevas tecnologías: dependencia creciente de las máquinas, adicciones al uso del móvil, acceso ilimitado a todo tipo de información…, pero ese ya es otro debate de alcance filosófico en el que no pretendo ahondar en este artículo.
¿Y si nos conquistan las máquinas (a lo Terminator)?
El peligro de cualquier herramienta y tecnología es el propio ser humano y el mal uso que se le pueda dar a esa tecnología. Pero eso tampoco es ninguna novedad. Ya hace mucho tiempo que se utiliza internet para acometer estafas y fraudes de todo tipo: phishing, malware o ransomware, entre un gran listado de otros anglicismos. También se utilizan las redes sociales para realizar bullying, mobbing…
Hay muchos usos potenciales de esta tecnología que requerirán definir sus reglas éticas y morales; necesitaremos tiempo para entender su evolución e impacto, pero ¡no matemos la inteligencia artificial! Sin lugar a dudas, la inteligencia artificial va a suponer un antes y un después en la evolución de la humanidad. Depende de nosotros el alcance y la orientación que tome esa transformación.