Desde la película El tercer hombre sabemos que en Suiza son tan raros que lo único que sacaron de quinientos años de amor, democracia y paz, fue el reloj de cuco. Además, medio milenio de tranquilidad provoca que uno no distinga los disturbios de la política, qué van a distinguir, si a lo más grave que se han enfrentado durante el último siglo ha sido a una vaca que se salió del cercado, cucú. Debe ser por eso que a la justicia helvética le cuesta distinguir un problema de orden público de un conflicto político --ya que de eso tampoco tienen-- y se niegan a colaborar con la justicia española argumentando que el llamado Tsunami Democràtic tuvo "un carácter político preponderante", cucú. Deben de pensar que por estos pagos no sabemos lo que son unas elecciones, y que resolvemos los problemas políticos --así sean preponderantes-- a hostia limpia entre nosotros.

La paz ha convertido a los suizos en ilusos, suele suceder que la ausencia de conflictos acaba atontando al personal, no hay mayor estúpido que el que vive sin problemas, cucú. Tan ilusos, que basta con que uno ponga el apellido "democrático" en cualquier majadería que lleve a cabo, para que la justicia de aquel país se lo crea. Uno va a robar un banco a Suiza, asegurando que es un atraco democrático, y lo más seguro es que el juez se inhiba al considerarlo un tema político. Por eso no es extraño que sus tribunales no vean criminalidad alguna en cortar carreteras, ocupar aeropuertos y estaciones de tren ni, sobre todo, en amenazar al Estado de derecho. Como que en Suiza no han vivido jamás nada de esto y como, además, se llamó Tsunami Democràtic, piensan que compete mitad a la meteorología, mitad a la política. Para qué perder el tiempo averiguando lo que ocurrió realmente en España aquellos días, si es tiempo que podemos aprovechar construyendo relojes de cuco, piensan el país alpino con toda la razón del mundo.

Debe de ser por eso que los bancos suizos son tan opacos que allí pueden guardar sus fortunas de dudosa procedencia narcotraficantes, traficantes de armas, dictadores del tercer mundo, evasores fiscales de todo el orbe y hasta algún rey emérito, cucú. Lo único que se requiere es que el depositante diga que se trata de dinero democrático -- ¿y hay acaso algo más democrático que el dinero, que iguala a todos los que lo tienen en similar cantidad?--, con eso se abren todas las puertas de las cajas de seguridad y se cierran todas las posibilidades de investigación. Si algo tiene Suiza, relojes de cuco aparte, es que allí creen tanto en la democracia que les basta esta sola palabra para correr tupidos velos donde convenga, cucú.

Es de suponer que, si hubiera habido algún muerto a causa del Tsunami, se habría tratado de un muerto político --no un político muerto, eso es otra cosa--, con lo que sería una muerte mucho menos luctuosa, cucú. Un cadáver político es algo que invita a la fiesta, por lo menos según la justicia suiza, que en diez minutos despacharía el asunto con su acostumbrada alegría. Incluso el fallecido, de saber cómo se le considera una vez cadáver, daría saltos de contento, si pudiese.

Ya se sabe que en el sur somos más atrasados, y aquí seguimos pensando que perturbar de forma ilegal el normal funcionamiento de las comunicaciones e impedir a los ciudadanos que ejerzan su derecho a la libre circulación, esté feo y es un delito. Qué sabremos nosotros. Suerte que tenemos a los suizos a solo mil quinientos quilómetros de distancia, desde donde las cosas se ven con claridad. Así nos pueden mirar por encima del hombro y recordarnos que, además del reloj de cuco, han inventado también una nueva concepción del delito político. Cucú.