Esta semana se inaugura, por fin, el pantano electoral de las municipales y autonómicas en las comunidades que toca. El jueves a las 24:00 horas o, si prefieren, el viernes a las 00:00 empieza la traca final. Hubo un tiempo en que cada campaña empezaba con una especie de liturgia festiva que era la pega de carteles de los candidatos, después de tantos años de sequía electoral, previo a eso que se ha acuñado como la fiesta de la democracia: la votación. Los tiempos han cambiado sustancialmente y la pegada de carteles forma parte de un pasado relativamente reciente, lo mismo que el entusiasmo por captar el voto puerta a puerta o los grandes mítines.

No se trata de valorar si es bueno o malo, pero justo es admitir que es distinto. El entusiasmo de entonces ha dado paso a una suerte de escepticismo en que lo único claro, a decir de los expertos, es que viene una época de previsible incremento de medusas en la costa por el aumento de la temperatura del mar. Cuestión de crisis climática.

En unos días, veremos las caras de los candidatos al ayuntamiento barcelonés colgadas de las farolas o adosadas a los espacios dedicados a tal efecto. Pero lo de pegar carteles no parece que tenga aquel carácter, sino de pequeño escenario o set televisivo para que los medios informativos puedan recogerlo al día siguiente. Tampoco pienso salir esa noche a recorrer las calles de Barcelona para ver gentes con carteles y cubos de engrudo para pelear por los mejores espacios donde encolar a los respectivos aspirantes. Sin embargo, es evidente que el futuro de Barcelona estará en manos de los electores el día 28, tras una cerrada batalla que apunta a un resultado muy igualado del que saldrá una corporación con cinco formaciones, salvo alguna sorpresa de última hora.

Se aproxima una noche electoral en la que algunos pueden acabar comiéndose hasta las uñas de los pies. Podremos estar a medio camino entre tratar de resolver un acertijo y la acción de hacer apuestas múltiples con distintas combinaciones. Las apuestas básicas se orientan hacia Trias, Colau o Collboni, con Maragall ligeramente descolgado, sin que el orden de los factores altere el producto. Admitido que quien gane lo hará por muy poco, el resultado se presenta tan enrevesado que puede ser incluso de mayor interés fijarse esa noche en cómo quedan los segundos más que en quien queda primero. Hasta el punto de que cuesta creer que a estas alturas ya no se estén cocinando posibles acuerdos post-electorales.

Si nos atenemos a la clásica división izquierda-derecha, lo que está más claro es que Ada Colau aparece como el perejil de todas las salsas: es perfectamente acoplable en cualquiera de las combinaciones posibles de la izquierda (comunes, ERC y PSC), aunque resulta impensable por la derecha (Junts y PP). Después de todo, el perejil es una planta de virtudes diversas como condimento que se cultiva desde los tiempos de Carlomagno. Pero como todo está abierto y puede pasar cualquier cosa… cabe incluso especular con la posibilidad de que el candidato socialista quede por detrás de los comunes. En ese según cómo, cabe preguntarse si Jaume Collboni puede seguir liderando su grupo municipal o se abrirá la posibilidad de algún cambio que permita abrir la puerta a un acuerdo sociovergente, es decir, de Junts y PSC. Siempre y cuando, Xavier Trias mantenga una actitud de prudencia y la formación que le respalda no se pase de frenada independentista. Tendría su gracia que el PP fuera decisivo en estas circunstancias, por más que sea una posibilidad en la que tendría mucho que decir La Moncloa.

Será curioso ver cómo se desarrolla esta recta final previa a los comicios con la intervención de agentes externos: Pedro Sánchez hará campaña a favor del PSC contra los comunes, mientras que Yolanda Díaz lo hará por aquellos contra los socialistas. Y algo parecido hará la vicepresidenta segunda en Valencia, participando en un acto contra la ampliación del puerto que apoya el PSPV. Barcelona y Valencia son piezas clave en el nuevo puzle municipal. Lo llamativo es que todos son socios de Gobierno y los cálculos a futuro serán muy aquilatados.

Más difícil es saber cómo se comportarán los nuevos votantes, en particular la población extranjera. Trabajo añadido para los demógrafos, sobre todo teniendo en cuenta que hay múltiples singularidades respecto al derecho a participar en esta votación. En Barcelona conviven casi 180 nacionalidades, con una población foránea en torno al 23%. En el Eixample, el distrito más afectado por la política urbanística del gobierno municipal, la proporción en enero del año pasado era del 25’6% y, de ellos, el 16’3% de origen italiano, con posibilidades de votar por su origen comunitario. ¿Cómo vota un italiano en unas elecciones municipales barcelonesas? Complicada respuesta.

Otra cuestión es la proporción de jóvenes incorporados al censo en los últimos cuatro años, sin duda inquietos por muchas cosas y en especial por el medio ambiente. Por si acaso, Ernest Maragall, en busca del voto perdido, se ha apresurado a desempolvar una foto con su hermano en la que ambos aparecen en sendas bicicletas y el mensaje de que ya en 1989, cuando Janet Sanz, actual responsable de urbanismo, tenía cinco años, Pascual Maragall defendía reducir el vehículo privado. Para mayor detalle se puede consultar el bando de 15 de noviembre de aquel año cuyo objetivo era “la promoción del uso de la bicicleta como elemento de movilidad y paseo en la ciudad de Barcelona”.

La solución del sudoku municipal empezará a vislumbrarse en la noche del día 28. Mientras tanto, animar para que se vote, esperar y ver.