Esta semana, leía simultáneamente una doble noticia que podía parecer contradictoria. De una parte, la OCDE alertaba de la acusada caída en la capacidad adquisitiva de los salarios en España en 2022. La amenaza, según el organismo, radica en que, de no actuar para reconducir la dinámica, pueden consolidarse las desigualdades en nuestro país. El mismo día se informaba del auge de los beneficios y dividendos en muy buena parte de las mayores compañías cotizadas. La coincidencia da para mucho, especialmente para interpretaciones simplistas y de parte, que han abundado. Pero, en cualquier caso, hay una doble lectura de los datos que me parece tan trascendente como incuestionable.

Así, de una parte, los salarios tienden a ser anormalmente bajos, insuficientes para garantizar ese arraigo y vida suficiente a que toda persona aspira. No me refiero solo a ese relevante número de trabajadores pobres, aquellos que aun trabajando no salen del circuito de la miseria y que, según diversos cálculos, oscilan entre el 10% y el 15% de los empleados. También, a ese elevado número de familias con dificultades para llegar a fin de mes, que algunos estudios sitúan en cerca de la mitad de la población trabajadora.

Y, de otra, esta merma en la capacidad adquisitiva no afecta a todos pues, resulta obvio, que la desigualdad no solo ha alcanzado cotas sorprendentes sino que, además, no deja de acrecentarse. En estas circunstancias, tendemos a olvidar que la condición humana puede entender la pobreza inevitable y convivir con ella, pero acaba siempre por rebelarse ante el innecesario agravio de la diferencia.

Todo ello lleva a la conclusión de que la primera prioridad en esta nueva época que iniciamos con la denominada reglobalización es la mejora del empleo; que el trabajo, el que sea, sea garantía de dignidad y suficiencia. Ello exigirá, entre otras medidas, aumentar la productividad y la generación global de riqueza así como mejorar la eficiencia general de las políticas públicas pero, también, reducir la diferencias salariales en el seno de una misma empresa y frenar la creciente remuneración del capital frente al trabajo. O nos ponemos todos en ello o bien no acabaremos.