Nos estamos acostumbrando peligrosamente a consumir noticias de corto vuelo que, en su gran mayoría, no nos aportan gran cosa. Cada vez son más frecuentes maniobras de distracción para no fijarnos en lo fundamental. Lo acabamos de ver con un gran debate intelectual sobre quién fue el equipo del régimen cuando lo que está en juego es la autonomía económica del primer club de fútbol de nuestra ciudad. Pero esta táctica es una estrategia recurrente en la política. De aquí a final de año estamos en campaña y en lugar de hablar de lo realmente importante tenemos en primer plano exhumaciones de cadáveres, debates sobre la dignidad animal o prohibiciones de espectáculos cómico-taurinos.
El Covid, la invasión de Ucrania, la inflación o la sequía son, sin duda, problemas muy serios, pero también son elementos transitorios que contribuyen a dejar a un lado elementos estructurales que no hemos cambiado ni cambiaremos. Antes o después lloverá, pero nuestro modelo económico no va a variar por mucho que llueva. Lo urgente se une a los superficial y lo importante nunca se atiende.
El modelo económico español hace tiempo que está en crisis y, sin embargo, no hacemos nada por transformarlo. Turismo, construcción y algo de exportación siguen siendo los pilares de una economía débil que depende demasiado de terceros cuyo modelo ni se ha cambiado ni tiene pinta de cambiar. Este verano pinta bien, turismo a raudales y precios al alza, por lo que el crecimiento del PIB de este año probablemente acabe más cerca del 2% que del 1% y de nuevo sacaremos pecho, a pesar de ser los últimos en volver a los niveles de 2019. Pero la realidad es que el Estado está hipertrofiado e hiperendeudado, los jóvenes graduados emigran, los miembros del baby boom se comienzan a jubilar, hay muchos trabajos que no son ocupados a pesar del altísimo paro y para rematar nos estamos complicando la vida con una transición energética imposible y una escasez de agua que no afrontamos.
Todo es corto plazo y propaganda, nada es estructural y pensando en cambiar de verdad. España está anclada en una situación de país de bajo coste de la que parece no querer salir y nuestro Estado del bienestar se nos está cayendo porque no lo podemos pagar a pesar de endeudarnos hasta las cejas. En la pandemia vimos que la arquitectura del Estado no es eficiente, pero no la hemos arreglado. Seguimos teniendo demasiadas duplicidades y dilapidamos el dinero como si nos sobrase con demasiados cargos, carguitos y chiringuitos donde prima el clientelismo en lugar de la eficiencia. El año pasado se recaudó un 14% más que en 2021, y sin embargo el déficit fue del 4,8%. Con el exceso de recaudación el déficit podría haberse contenido en torno al 2%. Pero parece que no sabemos vivir sin gastar más de lo que ingresamos.
Tenemos cerca de tres millones de compatriotas viviendo en el extranjero, un gran número de ellos porque no encuentra trabajo de calidad en España. La estadística es clara, el salario medio el año pasado en nuestro país fue de unos 28.000 euros, mientras que en Alemania fue de 55.000 y 87.000 en Suiza. El caso de Irlanda es todavía más interesante, 55.000, cuando hace unos 30 años la economía irlandesa era muy similar a la española, situación en la que también estaba Finlandia hace unos 40 años. Hoy trabajando fuera de España la mayoría de nuestros licenciados, y de profesionales con un oficio, pueden ganar fácilmente el doble de lo que se gana aquí, pudiendo independizarse y hacerse una vida.
Irlanda o Finlandia han sabido cambiar su modelo económico, pero nosotros no solo no lo hemos cambiado, sino que estamos cavando más y más nuestra tumba con algunas ideas en ocasiones peregrinas. Nuestro quebrado Estado del bienestar motiva poco a ciertos sectores de la población que llegan a preferir una paguita a trabajos no muy bien remunerados. Además, nos empeñamos en una transición energética carísima que nos ahoga más y más y para rematar el escenario en lugar de invertir en desalinizadoras sacamos a los santos en procesión o proponemos a los agricultores tirar la fruta a cambio de una ayuda, todo eso si no se nos ocurre cerrar los campos de golf que atraen al turismo de calidad.
Ojalá en esta larguísima campaña alguien piense en el futuro en lugar de buscar solo titulares. No podemos resignarnos a un futuro peor que el pasado.