Hay circunstancias o momentos en la vida en las que, por la razón que sea, uno se puede encontrar situado ante un vacío temporal, un espacio muerto de esos que conducen a interrogarse por saber qué hacer. Entonces, va uno y se sienta delante de la televisión con la sana intención de ver anuncios como ejercicio de divertimento y evasión. ¡Hagan la prueba! Y a ver cuánto tiempo aguantan sin tener la sensación, por ejemplo, de que se le puede desencajar la mandíbula ante unos spots insufribles de hamburguesas o cosas similares de nulo interés incluso cinematográfico. Admitirán que ya es difícil encontrar cosas como aquellas que recordamos del ColaCao y el negrito del África tropical o el "pues nos vamos" ante la ausencia de Casera. Entonces, puede asaltar la duda metódica de pensar cómo será la campaña electoral de las elecciones que se avecinan, sean municipales, autonómicas o generales.
Tengo un amigo al que debo reconocer el copyright que sostiene que lo de estar gilipollas es un mecanismo de defensa que tenemos frente a la realidad que nos rodea. Pues bien, esa es exactamente la sensación que se puede tener perfectamente al pensar sobre los comicios venideros. Con ver la televisión un rato, es suficiente. Pero puede ser peor aún si, encima, se asoma a algún sarao de esos tan típicos de la sociedad civil catalana en que acabas encontrándote siempre a los mismos, pero, en general, más envejecidos. Incluido uno mismo, claro está.
Es entonces cuando te puede sobrecoger la angustia de que nada puede cambiar, que todo seguirá igual a pesar de percepciones diversas, que la esperanza es la utopía de los pobres y la izquierda, el pasado la esencia de la nostalgia de la derecha... y acabar preguntándose, parafraseando a Vargas Llosa, aquello de "¿Cuándo se jodió la izquierda en este país?". Sobre todo, cuando se observa esa especie de "izquierda Polanski", por el baile de los vampiros, alimentada por unos deseos irrefrenable de sangre ajena. Eso sí, siempre nos puede quedar aquello de "andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos" que dejó escrito Julio Cortázar en la inmemorial Rayuela.
Tampoco es que sirva de consuelo ni en los momentos más disparatados. Pero vale la pena hacer la reflexión. Al igual que desaparecieron los grandes anuncios que marcaban época, el presente tiene rasgos de desesperanza. Se acabaron también aquellos tiempos de los grandes mítines electorales, de las concentraciones de masas en que era aclamado el líder. Ahora son tiempos de set televisivo en los que se repiten los figurantes y no digamos ya las ideas, pocas evidentemente, sin que nadie sepa que será del mañana. Eso sí, podemos imaginar una campaña en la que el futuro se juega en las redes sociales que dejan fuera de campo electoral a toda una generación que está al margen del presente y, no digamos ya, el futuro digital.
Apenas quedan unas semanas para acudir a las urnas y parece que todos estuviésemos más pendientes de lo que hacen o dicen los comunes y su lideresa que del resto de contendientes. Básicamente porque quienes ahora controlan el Ayuntamiento de Barcelona son maestros en el arte de manejar las redes sociales. Mientras que el resto parecen estar a por uvas en una campaña plana que no se sabe a ciencia cierta a quien interesa o puede interesar. Incluso las cifras importan poco: se lanzan ahora y se disuelven como un azucarillo al momento hasta en la mente de quien las lanza. Es evidente que la vivienda es un problema para demasiados ciudadanos. Ahora bien, cabría preguntarse en dónde y en que condiciones están a estas alturas esas viviendas de la Sareb surgidas como por arte de birlibirloque.
Vivimos tiempos de pura especulación. Pero es muy probable que la única posibilidad razonable de alteración de la actual situación desfavorable sea romper radicalmente con la estrategia de continuidad y abrazar sin matices una propuesta de cambio. Lo único que se desprende con claridad de las encuestas es un rechazo de la actual alcaldesa en sectores influyentes de Barcelona y su campaña está concebida para enfrentar este rechazo y combatirlo efectivamente por la vía de la radicalización y la polarización. ¿Qué hay en frente? Poca cosa más allá del malestar de algunas élites, sin que se configure una alternativa clara más allá de la noche electoral del 28-M.
La batalla de Barcelona nada que tiene que ver con La batalla de Argel que filmó Gillo Pontecorvo hace casi sesenta años sobre la independencia de Argelia. La cuestión decisiva es asumir una alternativa de cambio real para que las cosas dejen se estar como están y, lo que es peor, para que no empeoren. Es cuestión de coraje y ya se sabe que los cambios siempre plantean problemas serios, sobre todo en el ámbito de la credibilidad. Ahora que acaba de pasar Sant Jordi, el día del libro en Cataluña, tal vez valga la pena recordar eso de que "leer buenos libros es como conversar con las mejores mentes del pasado". Tal vez así nos iluminen el futuro.