“La vida es como una caja de bombones: nunca sabes lo que te va a tocar”. Esto que según Forrest Gump le contaba su mamá, podría complejizarse un poco más si los dulces están envueltos con papel. Lo mismo podría decirse de la política barcelonesa de cara al 28-M, donde puede pasar cualquier cosa, pero no sabemos qué nos puede tocar. De las encuestas conocidas podemos deducir un empate técnico a tres en la cabeza (BeC, PSC y Trias) y un cierto retroceso de ERC, siempre teniendo en cuenta que cada estudio que se filtra favorece siempre al que lo encarga. A partir de ahí, todo queda al albur de las negociaciones posteriores a la noche electoral, pudiéndose hacer combinaciones para todos los gustos, puesto que bombones hay de diversos sabores y texturas.

Hay dos cosas que, de momento, podríamos admitir como elementos innegables: cierta animadversión bastante amplia hacia Ada Colau y la positiva ausencia en la ecuación electoral del choque Cataluña-España. Cómo se traduce el primero de estos aspectos lo sabremos cuando se cierre el recuento; hasta podrá intuirse algo más si se hace realidad el deseo de Podemos de presentar una candidatura propia a la alcaldía barcelonesa. Todo por una cuestión de venganza contra Ada Colau por su idilio con Yolanda Díaz. El tiempo pasa y las listas de candidatos definitivos para los comicios se conocerán el 2 de mayo, en apenas dos semanas. Sabremos entonces si la hipótesis de una nueva candidatura es realidad o una baladronada de los afines a Pablo Iglesias.

Por lo segundo conviene mantenerse en una espera prudente y no echar las campanas al vuelo porque en las seis semanas que quedan de campaña siempre puede aflorar de nuevo un empeño del independentismo para meter, aunque sea con calzador, este tema. De hecho, ahí tenemos ya sobre la mesa la propuesta de Pere Aragonès de un "acuerdo de claridad" que conduzca al referéndum, tras un ocurrente proceso que mezcla lo académico (comisión de expertos que se supone elegirá el Govern) y una extraña consulta a 1.000 ciudadanos elegidos por sorteo; además de la convocatoria de una mesa de partidos que obliga a reflexionar sobre para qué sirve el Parlament. Puede ser mera casualidad, pero lo evidente es que la propuesta aparece de sopetón cuando todo apunta a que los republicanos están en horas bajas.

Es difícil hacer un balance de la actividad del Govern minoritario de ERC, más allá de la reforma del Código Penal pactada con el PSOE. Por lo que se refiere a Cataluña, ni agua. Los republicanos han vivido cómodamente instalados hasta ahora en una suerte de centralidad liderando la estrategia indepe. Pero el brote de pragmatismo los ha llevado a dar un paso al lado, cosa que ha podido generar frustración en su clientela. La situación real que se detecta es que el primer pagano puede ser Ernest Maragall, que parece haber perdido el atractivo que podía proyectar gracias a la herencia apropiada de un pasado, el de su hermano Pascual, de imposible retorno. No se trata de una simple cuestión de gestionar la madurez como ejercicio obligado a ciertas edades, sino de un cambio más profundo que es también generacional.

El problema añadido es que la credibilidad de los dirigentes más visibles de la formación republicana (Junqueras, Rovira o Aragonès) tampoco transmiten nada. Los bandazos sucesivos les resta atractivo y los ciudadanos, los votantes, tratan de confiar en alguien que sepan a dónde va: en resumen, no hay nadie al frente de la marca/partido que proyecte una idea de liderazgo. También podría ser que la intensa y dilatada historia de amor mantenida con el PSOE y Pedro Sánchez les pueda pasar factura. Y ya se sabe que, por más que se autoproclame como una formación de izquierda, puestos a elegir, siempre es mejor el original (PSC) que la copia (ERC). Para colmo, la ineficaz forma de abordar el asunto de la sequía les puede amargar la noche electoral en circunscripciones de ámbito rural, en muchas zonas que esperan la lluvia como agua de mayo.

A pesar del desbarajuste reinante en Junts, el de la centralidad es un espacio que puede ocupar Xavier Trias, a pesar de sus veleidades indepes. Incluso, por su pasado y tradición, podría sentirse cómodo con el PSC en eso que se ha convenido en denominar sociovergencia: algo que nunca existió pero que es un retorno a aquel bipartidismo que representaban PSC y CiU en Cataluña y PSOE y PP en España, aunque los nacionalistas catalanes siempre fuesen vistos como el vecino incómodo. Una forma como otra cualquiera de reproducir el viejo eje izquierda-derecha.

Falta saber, claro está, qué opinan Jaume Collboni y el PSC con una campaña en la que la presencia de Pedro Sánchez puede ser permanente --lo mismo puede pensarse de Yolanda Díaz-- y de compleja solución, pues estará obligado a pelear el voto para el candidato socialista con los comunes que son socios de gobierno. Difícil papeleta, porque puede haber electores socialistas que tengan la sensación de estar votando a Colau o a su guardia pretoriana por persona interpuesta. Salvo que el candidato socialista haga un ejercicio de humildad, admita su colaboración en algunos despropósitos del gobierno municipal y se descuelgue con un programa mínimo innegociable como pilar básico de su candidatura frente a cualquier hipótesis de pacto. Que los programas electorales no los lee prácticamente nadie, por muy bien hilvanados que estén.