No se me van de la cabeza las imágenes, vistas por televisión, de una influencer norteamericana llorando a lágrima viva porque alguien había colgado en las redes sociales un vídeo de ella desnuda y entregada al desenfreno sexual. La buena mujer consideraba que le habían arruinado la vida con el vídeo de marras, especialmente porque era falso. Si fuese real, la cosa ya resultaría bastante ofensiva y humillante (aunque le pasara a una influencer, colectivo que a algunos nos da cierta grima), pues sería meterse en su vida privada y en su derecho a fornicar con quien le diera la gana, pero al ser falso, pues está hecho a base de recurrir a la inteligencia artificial, colocando su rostro en un cuerpo ajeno con tal maestría que es imposible detectar la superchería, la cosa adquiere especial gravedad. Lo más aterrador: que, gracias a la IA, ya sea prácticamente imposible distinguir lo real de lo fabricado. Hoy, si alguien quiere amargarnos la existencia y dispone de la tecnología necesaria, puede hacerlo con absoluta tranquilidad. Doy por sentado que la IA no se ha desarrollado para hundir a nadie en la miseria, pero tampoco se inventó internet para hacer felices a los pedófilos que intercambian imágenes de niños y ahí han acabado todos, mostrándose mutuamente sus trofeos.
Unos días antes de la desventura de la influencer, dio la vuelta al mundo una foto del papa Francisco envuelto en un rutilante plumón blanco de Balenciaga (lo que están haciendo con el pobre don Cristóbal, por cierto, es de juzgado de guardia: han convertido al epítome de la elegancia y el buen gusto en un fabricante de chándales y camisetas para raperos, divos del reguetón y horteras con posibles… Pero eso lo dejaremos para otro momento. O para ninguno). El retrato era absolutamente fake, llevado a cabo también con ayuda de la IA, pero daba perfectamente el pego. Igual que las fotos de Donald Trump resistiéndose a su arresto por la policía, que también vimos todos y que, sabiendo que eran falsas, parecían totalmente reales. Aunque no sé realmente cuál es la utilidad de la inteligencia artificial (sobre todo en una época en que da la impresión de que la inteligencia natural no está viviendo sus mejores momentos), parece que, de momento, sirve para hacer bromas de dudoso gusto y ensuciar la imagen de ciertas personas (aunque algunas de ellas puedan caernos mal, como es, en mi caso, Donald Trump), pero que, en un futuro cercano, será algo de gran provecho para los seres humanos. Si no se nos desmadra, claro está, como empiezan ya a reportar ciertas webs conspiranoicas que hablan de ordenadores que se amotinan y la emprenden violentamente contra sus creadores, un extremo no comprobado, pero con el que echan humo los adictos a esa clase de rincones del inframundo de la red.
Tarde o temprano, te acabas acordando de HAL 9000, el ordenador maléfico de la película de Kubrick 2001: una odisea del espacio, que cuando ve que los astronautas que lo acompañan se disponen a desconectarlo porque cada vez se porta peor, hace lo que puede para librarse de ellos, antes de rendirse y acabar suplicando de forma muy humana que, por favor, no lo desconecten. Algo me dice que la IA no será exclusivamente pasto de los aficionados a las bromas pesadas. Casi todos los grandes inventos de los últimos tiempos han acabado teniendo, si es que no era para lo que se habían alumbrado, un objetivo militar. No sé exactamente qué partido le pueden sacar los militares a la IA, pero intuyo que ya han visto que ahí hay donde rascar. Puede que, dentro de poco, lo del Papa con el plumón de Balenciaga y la influencer a la que le han jodido la vida nos parezcan bromas inofensivas en comparación con lo que puede dar de sí la inteligencia artificial. Como de costumbre, avanzarán en paralelo, como la típica pareja formada por el poli bueno y el poli malo, las fuerzas del bien y las del mal, pues para ambas tendrá atractivo la IA con sus muchas posibilidades. Y, como en el caso de internet, se acabará utilizando para todo tipo de actividades reprobables: la naturaleza humana es la que es.
Mientras tanto, lo que me resulta más aterrador es la perfección conseguida gracias a la IA y que nos impide distinguir la realidad de lo falso. Ahí ya hemos llegado, y tuvimos un buen adelanto con el perfeccionamiento de los efectos especiales en el sector audiovisual, del que las películas de la Marvel, imposibles de llevar a cabo decentemente en los años 60, constituyen un buen ejemplo, aunque con un detalle a su favor: aunque veamos volar a Iron Man, todavía sabemos que se trata de un truco de alta tecnología. En los casos de la influencer, del Papa y de Trump, por el contrario, somos incapaces de captar la engañifa porque se trata de seres humanos reales (aunque Trump parezca un villano de película de James Bond).
La IA puede hacer con nosotros lo que quiera y no sé si estamos tomando las precauciones necesarias. Hace poco leí la historia de un tipo que llevaba tres años manteniendo una relación sentimental con un bot programado con IA y aseguraba que era la mejor novia que había tenido en su vida. Ya se sabe que, como dice el refrán, sarna con gusto no pica, pero creo que en este caso concreto no estaría mal volver a la vieja buena muñeca hinchable, que, por lo menos, inspiró una de las mejores canciones de Roxy Music, In every dream home a heartache. Los discípulos aventajados de HAL 9000, eso sí, están viviendo un gran momento. Espero que alguien haya previsto algo por si se vienen demasiado arriba, pero, francamente, lo dudo.