Parafraseando al Tolstói de Ana Karenina, podríamos comenzar diciendo aquello de que todas las familias (que se ríen juntas) se parecen, pero aquellas que se sienten ofendidas (por la risa ajena) viven esta experiencia cada una a su manera. En efecto: nada describe mejor nuestra personalidad que la selección de las ofensas a las que respondemos, del mismo modo que lo que desvela el sustrato íntimo de lo que somos es si tenemos (o no) una cierta capacidad para fomentar –y tolerar– la burla ajena. En el segundo caso, se trata de un síntoma de inteligencia y sabiduría. A fin de cuentas, como dijo Chaplin, la vida misma también es un inmenso chiste.

Nos parece una imagen pacífica para concluir, porque la cosa, de tan repetida, ya cansa un poco, la polémica que ha provocado en los últimos días la parodia rociera de TV3, llamativa por la atención que le ha dedicado –esta vez– una parte de la prensa de Madrid y la reacción (más política que mediática) en Andalucía, cuyo presidente regional, animado por las vísperas electorales, insiste en darle importancia a algo que no debería tenerla en absoluto, además de identificar a todos los andaluces al completo con una romería (El Rocío) en la que lo sagrado se confunde con lo pagano y la religión y el incienso con la carne. Prueba de su indudable sincretismo cultural. Ese gran pecado a ojos de los nacionalistas puros.

Por supuesto, quienes no disfruten de la condición (natural) de indígenas meridionales no tienen la obligación de estar al tanto de todos estos sutiles matices –cuando no directamente contradicciones– que cohabitan bajo las múltiples formas de religiosidad popular del Sur. Donde ellos ven una única cosa, y a medias, nosotros vemos dos o tres, a menudo antagónicas, aunque conviviendo sin problema. Esta es una de las ventajas de una cultura mestiza y milenaria: casi todo nos suena un poco a viejo; todo nos parece, aunque seamos jóvenes, visto y oído. Todo le ha sucedido ya antes a alguien en alguna parte.

Que en Madrid y en sus periferias el sketch de TV3 se entienda como un insulto a toda Andalucía, incluso más que en el Sur, casa con ciertos intereses (políticos), dispuestos a escandalizase ante cualquier ataque catalán, más que a un respeto que rara vez se practica en relación a Andalucía en los círculos de influencia de la capital. A muchos andaluces no nos hacen ningún favor que nos defiendan de agresiones ajenas. Ni necesitamos su ayuda frente al independentismo (que no es ninguna broma) ni todos somos genéticamente rocieros. Tampoco nos sentimos ofendidos (en masa) por una caricatura llena de tópicos, previsible y estúpida que sólo evidencia que en TV3 tienen que caer en la procacidad al no saber cultivar la ironía. Los independentistas, por lo general, son muy ácidos al referirse a los demás. Rara vez, en cambio, lo son con ellos mismos. De ahí procede su extraordinaria comicidad.

La cosa, a nuestro modesto entender, no merecía semejante escándalo. Primero, por no darles a los provocadores de salón el gusto que perseguían. Y, en segundo término, porque los (supuestos) humoristas de TV3 no saben diferenciar la Semana Santa del Lunes de Pentecostés ni a una virgen negra de la imagen de una dolorosa. Para cuestionar algo, como dejó dicho Ezra Pound, es mejor si se sabe antes en qué consiste exactamente. No es el caso.

Tampoco parece entenderlo San Telmo, sede de la presidencia de Andalucía, cuando eleva una anécdota televisiva a la categoría de afrenta comunal, como si todos fuéramos horda en vez de individuos, insinuando que libramos una guerra entre territorios. Para que la estafa del supremacismo funcione necesita el victimismo. Son dos caras de una misma moneda. Ninguna de ambas cuestiones debería merecer la atención de nuestros próceres, a los que no elegimos para que presuman del patético orgullo de aldea –sea cual fuere–, sino para que solucionen los problemas generales. Eso es hacer patria. Lo contrario es hacer el ganso.

Es comprensible que a los devotos de la Blanca Paloma no les haya gustado nada la ocurrencia de TV3. Más cuestionable es que, al amparo de su molestia, se infiera una causa general de Andalucía frente a Cataluña o viceversa, como sugiere Moreno Bonilla, que aprovecha el caso para ganar votos abanderando una cruzada verde y blanca por un vídeo de opereta. No es una actitud muy distinta al síndrome del anticatalanismo, que confunde la crítica a las posiciones nacionalistas con las catalanas, como si la parte fuera el todo.

Y es que, como enseña el gran G.K. Chesterton, ese cielo cuajado de estrellas e ingenio, para practicar el arte de la sátira es necesario reconocer los méritos y virtudes del atacado: “Para escribir una gran sátira, para atacar a un hombre de forma que éste acuse el ataque y llegue a admitir que es justo, es necesaria una cierta magnanimidad intelectual que reconozca los méritos del oponente, además de sus defectos. Esta es, desde luego, sólo otra manera de expresar esa sencilla verdad de que, para atacar a un ejército, es necesario conocer no sólo sus flancos débiles, sino los fuertes […] Es imposible vencer a un ejército sin haber tenido en cuenta su fuerza. Es imposible satirizar a un hombre sin contar con sus virtudes”.

Los guionistas de TV3 conocen bastante poco a los andaluces. Si los conocieran sabrían que muchos no somos en absoluto graciosos. Y no queremos serlo. Su objetivo no era insultar a Andalucía. Era ridiculizar a los catalanes de ascendencia meridional, a los que insisten en no considerar parte de Cataluña. Lo suyo no alcanza la egregia condición de sátira. Sólo es mala baba.