Esta semana, el presidente de Credit Suisse, Axel Lehman, comparecía ante la última junta de accionistas de la entidad más emblemática de la banca suiza, para dar explicaciones acerca del espectacular desplome que ha llevado a su desaparición. Reconociendo la mala gestión de los últimos tiempos, el ejecutivo culpabilizó especialmente a la digitalización y las redes sociales por haber avivado el miedo. Una justificación que refleja hasta qué punto la impunidad rige los comportamientos de determinadas élites financieras y cuán alejadas viven del mundo de los comunes.

Desde siempre, la banca suiza, que tendrá sus virtudes, se ha caracterizado por su arrogancia, acostumbrada a gestionar cuentas multimillonarias en sus lujosos aposentos. Un dinero que venía solo, sin el menor esfuerzo, llamado en buena medida por la opacidad de sus cuentas; el mejor aliado para la evasión fiscal cuando no para otros delitos de mayor gravedad. Sin embargo, en años recientes, y en la medida en que algunos estados democráticos han decidido debilitar dicha insostenible singularidad suiza, su sistema bancario se ha visto forzado a reorientarse a nuevos negocios.

Una estrategia financiera innovadora que en algunos casos, como el de Credit Suisse, ha llevado a apostar por productos sofisticados de alto riesgo, si bien de elevada rentabilidad, sustentados en la digitalización. Curiosamente, ahora el responsable de la ruina es dicha digitalización, como si los activos digitales y las redes sociales no fueran elementos de un mismo mundo. En resumen, reorientaron la actividad pero mantuvieron la arrogancia de siempre. El desastre moral es aún mayor al conocer los salarios de los directivos que han hundido el banco. Muchas justificaciones, pero ni el mínimo gesto de devolver los muchos millones percibidos mientras iban deteriorando la entidad.

Se argumentará que quien ha pagado el desatino es el estado suizo y que ante quienes tienen que responder los directivos es ante sus accionistas, y no toda la ciudadanía. Y tienen razón. Pero una crisis de esta magnitud acaba por perjudicar a todos, como bien hemos comprobado. En cualquier caso, la actitud que subyace y alimenta la gestión de los responsables de Credit Suisse no es una excepcionalidad suiza; las últimas décadas muestran cómo de extendida se halla por todas partes. Sin duda, una nueva muestra de la condición humana, que no vamos a cambiar. Pero lo que sí depende de las autoridades es regular mucho mejor los artificialmente híper desarrollados mercados financieros globales. Algún día.