Alguien, no recuerdo quién, pero alguien dotado de instinto periodístico, ha bautizado como “Gestapo lingüística” a los colectivos e instituciones empeñados en perseguir en patios de colegio, tiendas y restaurantes, o desahogos de TikTok, a los usuarios de la lengua castellana y cualquier síntoma de ofensa o minusvaloración de la lengua catalana, que --esto ya lo digo yo-- en esta sociedad laica se ha convertido en el sustituto de Dios Todopoderoso: el Cat.Al’lá. Una idolatría.
Pocas bromas con el Cat.Al’l’á Akbar, que la menor falta de respeto contra la dogmática religión está severamente penada con toda clase de fatwas.
En nombre del amor a la lengua y del imperativo de salvarla de su inminente extinción (especie ésta que el clero difunde con el objetivo de reclamar más dinerito), un Ejército de chivatos, confidentes, inquisidores y fanáticos por cuenta propia, alentados y recompensados por el poder político, dedican la vida a predicar en qué idioma tiene que expresarse la plebe, y a denunciarla cuando no cumple la norma. Salvo --claro está-- en los casos en que esos réprobos tengan bula, como luego veremos.
Para no ser políticamente incorrecto metiéndome con el Islam (religión amorosa y respetable), también yo llamaré a esa tropa La Gestapo Lingüística.
Esta Gestapo cuenta con una oficialidad extensa, con Obersleutnant abundantísimos, una clase de tropa también numerosa una jauría de perros ladradores. Su acción represiva tiene la función de compensar, en la medida de lo posible, la frustración, y de paliar la amargura que trajo el fallido golpe de Estado de Puigdemont-Junqueras. Se trata de ampliar el campo del mal rollo. Siendo, por ahora, imposible la independencia, por lo menos se han de celebrar de vez en cuando sacrificios rituales contra tal o cual corderito.
La Gestapo lingüística opera según el hipócrita estilo convergente de toda la vida: se ensaña con los débiles, se achanta con los poderosos. A una camarera se le puede hacer bullying por no hablar en la lengua “propia” del cliente, mientras que si Messi, después de 20 años viviendo en Barcelona, seguía expresándose exclusivamente en lunfardo, oye, no pasaba nada. Al fin y al cabo la camarera sólo es una sirvienta que despacha café, y en cambio el futbolista está forrado y marca goles trascendentes.
Recordemos dos casos recientes de las maneras de la Gestapo:
1.-- A Begoña Suárez, una joven enfermera un poco despistada --pues el incidente en que se vio envuelta demuestra que no sabía en qué clase de sociedad se hallaba--, que durante ocho horas al día cuidaba enfermos en el hospital del Vall d’Hebron y a quien en un momento de descanso se le ocurrió echarse unas risas, en su cuenta de TikTok y en uso de su libertad de expresión, contra la exigencia administrativa de un determinado nivel de dominio de la lengua “propia”, la Gestapo la ha acosado, amenazado y linchado en las redes, la UGT le ha lanzado el anatema, las autoridades le han abierto expediente, y el conseller del ramo, el señor Manel Balcells, ha encontrado “intolerapla” e “inacceptapla” tal blasfemia contra el Cat.Al’lá.
A la manera convergente de toda la vida --ese fariseísmo bien heredado y asumido por los ercos--, el Obersleutnant de turno no ha echado a la réproba de su trabajo: sencillamente su contrato de seis meses se ha extinguido y… no se le ha renovado. No es que la despachen: es que “ha perdido el empleo”. Patada en el culo y de vuelta a Andalucía. Caso resuelto.
2.—El ex jugador del Barça Gerard Piqué monta un buen negocio, una liga paralela llamada “Kings League”. Se juega el partido final con gran éxito y afluencia de público en el Camp Nou. Dinero a raudales, todos contentos. Ahora bien… la propaganda y todas las comunicaciones se hacen exclusivamente en lengua castellana… La portavoz del Govern, Patrícia Plaja, se lo reprocha, tímidamente, de pasada, durante una rueda de prensa, y Piqué le replica que meta la nariz en sus propios asuntos porque él habla, faltaría más, en el idioma que le da la gana… Y ya, asunto zanjado. La Gestapo no pía. ¿Por qué?
Fácil: Begoña, la enfermera del Vall d’Hebron, es una muchacha trabajadora, oriunda de Cádiz, que tenía un contrato precario y carecía de apoyos sociales o políticos. Era tan cándida que creía que podía decir su opinión en su TikTok. O sea, una víctima fácil de los perros de presa de la Gestapo lingüística. Mientras que Piqué es un hombre articulado, protegido, rico y famoso, catalán de pura cepa y catalanista confeso, un triunfador que no depende económicamente del Govern, y puede plantarle cara cuando quiera al mindundi uniformado de Obersleutnant que se atreva a enmendarle la plana.
Adiós, Begoña, estoy convencido de que tendrá usted más suerte en su próximo destino: un destino sin Gestapo, sin informadores detrás de cada esquina, sin consellers repugnantes, y donde reine la libertad de expresión también para las jóvenes trabajadoras como usted. Inch cat.Al’lá!